CAPÍTULO 1 EL GUERRERO DEL ANTIFAZ, PRISIONERO
Le mantenían atado al árbol, y Fernando no aparecía por ninguna parte, a pesar de que ya iba cayendo la noche en el lugar. (Las luces mortecinas del municipio se iban encendiendo sobre los diedros orinados de los rincones y esquinas, quizá con la única pretensión de avisar de su gloriosa incandescencia). Era muy extraño que Fernando no viniera a cortar sus ligaduras de un tajo de alta precisión, y de los hermanos Kir el Guerrero del Antifaz sólo sabía que se habían retirado a su cueva con Santhal malherido. (A estos tres colosos los había conocido en el número 28, cuando la lucha feroz contra las muchedumbres asesinas de Harúm. Se acordaba bien.). Tal vez estuviera el chico con los Kir...El caso es que allí no acudía nadie de los suyos y que las cuerdas no parecían ceder.. Mientras, el cielo se iba pronunciando de estrellas expectantes.
Más de la mitad de la chusma sarracena que le había hecho prisionero aquella tarde ya se había retirado del lugar, y los pocos y residuales infieles que iban quedando en torno al cristiano cautivo, le veían forcejear para librarse de los nudos, que tardaban en resolverse.
No parecían decidirse los moros a emprender la marcha... sin liberar al cristiano enmascarado. (Con el discurrir de la atardecida, habían ido pasando por allí unos cuantos vecinos de retorno al hogar, pero nadie se había detenido a implorar libertad para el Guerrero del Antifaz).¿Qué hacer con él?, se preguntaban los siervos de Alá. De abandonarlo a su suerte ¿cuál sería la de ellos cuando se encontraran nuevamente al Guerrero libre?
La venganza del cristiano tendría que ser definitiva. Lo de aplazarla no daría resultado. Mejor sería desatarle pronto, antes de que su cólera alcanzara grados más altos...Pero nadie se atrevía.
El Guerrero estaba sudoroso, con respiración y pulsos acelerados. Sus esfuerzos por respiración y pulsos acelerados. Su esfuerzos por soltarse hacían agitarse las floridas ramas del joven almendro, que despedía efluvios primaverales, como queriendo invocar la presencia de la Luna, que, como el escudero Fernando, no aparecía en el escenario de la bochornosa en que le mantenía la media del Islam.
-ˇSoltadme ya!ˇOs he dicho que me soltéis, imbéciles! ˇVoto a bríos!
Ya se ha dicho antes que no se atrevían, y cada segundo que pasaba se atrevían mucho menos, claro. Nadie osaba acercarse, pues, a las poderosas y tensas espaldas del prisionero para deshacer los ya grasientos nudos.
Lo que más molestaba al Guerrero era que Ana María llegara a saber, al día siguiente, todo lo relativo a aquella humillación, tan creciente.
Que se enterara Zoraida ya era otra cosa, porque la suya con ella era una relación más bien ocasional, y la mora sabía que estas situaciones, solían darse a menudo, sin menoscabo alguno de la gente de armas.
En estas reflexiones estaba cuando, por las nocturnas esquinas más próximas a aquel paraje, vio pasar el Guerrero las inconfundibles siluetas de Roberto Alcázar y Pedrín, que pronto desaparecieron de su vista. Nuevamente pensó en Fernando, quien, por aquel entonces, aún no había conocido a Sarita, que eso fue en el número 50, “El ardid”. Por tanto,¿dónde estaría ahora el bobo de Fernando? La próxima vez que lo viera tendría que despedirle.
Los que no se atrevían a desatarle acababan de irse a casa con el escalofrío rampante de sentirse perseguidos por alguien con antifaz, corriendo.
El estaba muy cansado y se sentía estúpido. Había creído que las cuerdas habrían cedido a los pocos intentos de romperlas, hacía de ello casi dos horas, cuando, terminada la merienda del cotidiano pan untado con aceite del terreno, insistiera en que, como siempre, él sería el Guerrero del Antifaz, el hijo del Conde de Roca, asesinado recientemente por Harúm.
El no podía ser uno de los hermanos Kir, o el Conde de los Picos, don Luis. Él tenía que ser el Guerrero.
Y, además, que ya podían atarle con cuerdas al tronco que quisieran, que iba a destrozarlas enseguida...
Cuando vinieron a buscarme para cenar(ˇ!), yo ya había decidido salirme de la pandilla, de aquel colectivo de idiotas que no sabían distinguir entre la ficción y la realidad...
-Fernando no ha venido a rescatarme...
-Fernando- decía mi hermano mientras me desataba- aún está en clase. Alí Kan le ha castigado por no haber hecho la división de cinco cifras. "Este libro trata acerca de las fantasías de un niño de la postguerra, el mismo autor, en torno a las aventuras del guerrero del antifaz, demostrando haber sido lector en su infancia de estos tebeos y haciendo alusiones constantes a su vida cotidiana, al colegio, a los juegos, etc entremezcladas oníricamente con escenas y situaciones de los cuadernos del héroe enmascarado. Una delicia. Su lectura resulta muy amena y divertida, sobre todo para aquellos que conocemos estas aventuras y las hemos disfrutado en nuestra infancia". El libro consta de112 páginas y está editado por el Instituto de Cultura Juan Gil Albert de la Diputación de Alicante, impreso en 1994
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