EL GUERRERO DEL ANTIFAZ

El Guerrero del Antifaz entre Moros y Cristianos

EL MUNDO Viernes, 26 de diciembre de 1997

FRANCISCO UMBRAL

Los placeres y los días

El tebeo

El tebeo era El Guerrero del Antifaz, una cosa que leíamos mucho de chicos y que Mara Recatero ha tenido el acierto de subirlo a un escenario en estas fechas que son las únicas del año en que los niños van al teatro. A mí, personalmente, me gustaban más otras estéticas: el gángster y el vaquero del Oeste. Se conoce que a uno le dolía poco España, porque aquella especie de Cid Campeador con antifaz y novia mora no era sino lo que hoy llamaríamos un travestón del Cid.

Pero el Guerrero, como todos los héroes populares de por entonces, era imperial, españolista, combatía al moro y se beneficiaba a la mora, trámite sin el cual un español de antaño no era nadie. El Guerrero, más que salir de la Reconquista parecía salir de la guerra del 36, hablaba como un legionario o como un divisionario de la División Azul, de modo que todo en él era disfraz para comunicarnos el mensaje del poder: España una, grande y libre. Como dibujante tampoco era bueno el señor Gago. Estaba en la línea de Alex Raymond, el genial creador de Flash Gordon -una ciencia/ficción mucho más literaria e imaginativa que la de hoy-. ¿Por qué devoraba yo gangsterismo y épica de la guerra de Secesión, mientras que nunca le metí el ojo con mucha curiosidad al Guerrero? Ahora comprendo que lo mío era como un rechazo a aquella España oficial que se vestía de Reconquista o de Cruzada, lo cual en un niño significa que algo ha recogido en la casa y la familia. El Guerrero era muy de derechas, algo así como un falangista con casco medieval, para lo que se llevaba en mi barrio.

Ahora pienso que Esperanza Aguirre tenía que haber metido al Guerrero del Antifaz en sus Humanidades, pues como le iban a rechazar el proyecto de todos modos, por lo menos le habría bacilado un poco a la izquierda y los nacionalistas con aquel superespañol que algo tenía de Supermán de catequesis.

Con aquellas cosas nos lavaba el cerebro Franco y no dejaría de ser interesante la experiencia de saber e interpretar cómo aceptan o rechazan los niños de hoy a tan fastuoso y fascista personaje, que perseguía a los moros por ser moros, de paso que seducía a las mejores moras, y tenía una novia en cada bando, qué tío. Yo al Guerrero, hoy, lo veo más de Sánchez Albornoz que de Américo Castro. Pero nuestros escolares no han leído a ninguno de los dos ni los van a leer jamás, dado que Pujol es incompatible con el Guerrero del Antifaz. Pujol ya tiene a Tirant lo Blanc, que se lo ha incautado a los valencianos y que es un guerrero que sólo combate quimeras y no la brutal bota militar de Castilla, como antes decían los periódicos de Barcelona o los diputados de la República. Mara Recatero, que es lista, ha hecho una versión pacifista del Guerrero. Digamos que se trata de un democristiano con espada de doble filo. Lo ha dejado en un centrista, pero los niños prefieren la guerra a la política y no van a captar ese matiz piadoso que desnacifica a nuestro Guerrero. Lo siento por el señor Gago, que no sé si vive.

El tebeo, en mi infancia, era un cine pobre. Yo he hecho una novela tratando de explicar sin didactismo cómo el cine en blanco y negro fraguó en varias generaciones de postguerra al hombre que hoy somos. También el tebeo influyó algo, pero a mis amigos y a mí nos iba más el gangsterismo, ya digo, pues quizá sabíamos que nos esperaba un mundo de gangsters. En cuanto al Lejano Oeste y el Hondo Sur, nos llevaron directamente a Faulkner, pero hoy puedo afirmar que el Pete Rice de Austin Gridley era muy superior literariamente. Como el Guerrero del Antifaz tiene más perfume de romance viejo que El Romancero del Cid de Menéndez-Pidal. Lo que influye de verdad es la literatura de quiosco. Mucho más que del bachillerato, Esperanza, somos hijos del quiosco.

Artículo enviado por Antonio Domingo de Arcos de la Frontera, Cádiz.


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