JUAN GARCIA IRANZO

El Capitán trueno y El Guerrero del Antifaz

Antonio Domingo de Arcos de la Frontera, Cádiz, me ha mandado transcrito el artículo "Del guerrero al capitán" aparecido en el tomo 2 (segunda edición) de la colección facsímil de los cuadernillos de el Capitán Trueno. Este tomo se editó en septiembre de 2003 por Ediciones B.

DEL GUERRERO AL CAPITÁN: PRINCIPIO Y FIN EL SUEÑO DE UN GENERAL

Si de algo se puede acusar a una gran parte de los estudios sobre el tebeo español, es de simplismo suicida. Sin embargo, los cuadernos de aventuras, uno de sus más grandes pilares, nacieron y murieron marcados por dos personajes tan implicados en su momento, que negar la evidencia, aunque sea herida de elementalidad, supondría equivocarse aún más.

En los primeros cuarenta, Franco saboreaba su triunfo. Disfrutaba de la victoria y soñaba reconquistas. Guerrero providencial que Dios había procurado a España, su régimen caricaturizó grotescamente el escenario de los Reyes Católicos, las glorias de Carlos I y Felipe II. Todo en la España de aquel momento rememoraba, sin gracia, las antiguas gestas medievales tal como el general y sus generales las habrían querido. Idioma, boato, ademanes, obsesiones, odios y batallas.

Nadie se puede sorprender hoy en día, cincuenta años después, por el éxito que acompañó la salida a los quioscos del cuaderno-emblema. El Guerrero del Antifaz.

En plena resaca por la ambición colonial desaforada del General Franco, el guerrero hizo de estampa gloriosa. Y todavía fue más allá: reprodujo los gozos del héroe medieval depositario de grandezas imperiales, pero añadió, además, la angustia de quien carga con una tragedia que lo destroza.

¿Quién, alentado por las consignas oficiales, a la fuerza o con entusiasmo, no soñaba victorias aún en 1944?¿Quién, sin contar cuatro visionarios, no sufría, también, su propia historia, con capítulos oscuros por los que creía debía purgar?

El Guerrero del Antifaz, obsesionado por la batalla -sólo en ella encontraba descanso- amargado por su pasado infiel a la causa cristiana, alejado de los problemas cotidianos, marcado por la grandeza, borracho de acción, casto, digno y empeñado en una lucha sin fin previsible...¿Qué pocos españoles –adultos y jóvenes- no se identificaban , por una u otra razón, con el héroe enmascarado que nunca sonrió?

En 1944, Franco abandonaba con remilgos la estética fascista e intentaba el pacto con los aliados sin perder ni el orgullo ni las formas, fortalecido en la Falange y con una única bandera: la obsesión de mantenerse, reforzando la cruzada anticomunista.

General y guerrero mantenían una lucha sin cuartel que duraría, con toda su pureza, hasta bien entrada la década de los cincuenta.

Fue precisamente en 1957 cuando cambió de signo. Cuando los dos, general y guerrero, perdieron su viejo impulso. Cuando los dos “héroes” dejaron de estar cercados. En 1957, una cierta transformación política –menos- y económica –más- se abría paso. Los tecnócratas, con López Rodó como capitán, empezaban a modelar el régimen.

No es extraño que, un año más tarde, los Reyes Católicos rehabilitasen al Guerrero del Antifaz, y aquí acabase la primera y mejor etapa del héroe enmascarado. La boda con la frugal condesita de Torres devoraba el espíritu de cruzada, el de culpa moruna y penitencia en forma de batalla. Mientras el guerrero jubilaba su lucha contra el infiel, Franco delegaba poderes. El principio del fin –el desvanecimiento acelerado de la fuerza del general- tomó cuerpo en un nuevo héroe. En 1956 nacía El Capitán Trueno.

Como el régimen empezó con una de cal -en el fondo- y una de arena –en la forma.

También el Capitán estrenó sus aventuras envuelto de cruzada, luchando contra el moro y batiéndose contra enemigos crueles hasta el paroxismo. Pero pronto cedió a una nueva imagen, la del héroe simpático, el aventurero cordial que iluminaba con su sonrisa un giro vital (y social). Los “villanos” dejaron de parecerse cada vez más a Alí Kan. ¡El Capitán Trueno empezó a bromear con sus dos fieles amigos, Crispín y Goliat, más risueños aún si cabe! La cruzada se alejaba y las aventuras amables se sucedían. Como amable empezaba a volverse la situación económica del país y como amable pretendían el franquismo los que empezaban a controlarlo, a pesar de Franco.

¡Quién mejor que el sobrio Guerrero del Antifaz respondió a las ansias de los lectores en 1944? ¿Quién mejor que el sonriente y campanilleante capitán no concretó el giro hacia una nueva época en 1956?

Aunque el Guerrero había muerto en 1958, con su boda, casi justo cuando nacía el Capitán, la desaparición de los dos se concretó en los quioscos casi al mismo tiempo. El primero, en 1965. El segundo, tres años más tarde. En aquel momento, con los cambios de consignas en el control de la prensa, las espadas fueron abolidas en los cuadernos de aventuras. ¿Y qué es una aventura sin una buena espada?

Algo, en fin, mantuvo unidos hasta el final al guerrero y al capitán, principio y ocaso del sueño de un general. Sin sus armas, acabaron muriendo del mismo golpe: la apatía del lector.

¿No hablamos del mismo héroe?

Vicent Sanchís



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