EL GUERRERO DEL ANTIFAZ

EL GUERRERO DEL ANTIFAZ

El Guerrero del Antifaz entre moros y cristianos

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En marzo de 1981 apareció el primer ejemplar de la colección "El guerrero del Antifaz" en tomos que contenían entre cinco y siete aventuras empezando lógicamente por el número uno. Se trata de la colección "Homenaje a Manuel Gago" y en varios de los ejemplares la Editorial Valenciana publicó en las contraportadas artículos acerca de este artista.

El dibujante

En uno de mis anteriores trabajos dedicados a glosar las diferentes características que conformaban la personalidad de nuestro inolvidable Manuel Gago, dije que estaba dotado de una tremenda vocación, que ésta era tal, que estudiaba y adquiría cuanto pudiese informarle y servir de ayuda para mejorar su obra. Y es esta vocación precisamente, la que condiciona su obra como dibujante.

No es un dibujante artesano que se someta con exactitud a las reglas de la anatomía, la arquitectura o la naturaleza. Pese a ese arsenal de medios de estudio y orientación de que se rodeó, él necesitaba interpretarlo todo. Le hubiese llevado mucho tiempo el copiar exacta y minuciosamente un bergantín con sus trinquetes, los capiteles, las barandas, los balaustres o el enrejado de una celosía. El necesitaba interpretarlo todo, aunque siempre sometido a la realidad de las cosas, por su febril modo de hacer. Así dibujó las cincuenta y cuatro mil viñetas de que consta toda la obra de EL GUERRERO DEL ANTIFAZ en su primera época, aparte las que constituyen sus aventuras de LA PANDILLA DE LOS SIETE, EL PEQUEÑO LUCHADOR, PURK, EL HOMBRE DE PIEDRA, EL ESPADACHIN ENMASCARADO, EL TEMERARIO, EL AGUILUCHO, y otros.

Gago no habría podido producir toda su obra si se hubiese ceñido a las reglas de un dibujo detallista y minucioso. Y supo hacerlo. Manuel Gago hizo dibujos que sometió estrictamente a los cánones academicistas de reproducir exactamente la figura humana y los escenarios; pero la viñeta perdía fuerza y, lo que era peor, la minuciosidad y perfección del dibujo sometían la imaginación del lector, que quedaba sin la posibilidad de aportar su fantasía vivificadora a la historia.

Ignoro si gago se autoanalizaría; si probó, para saber qué dibujo, el amarrado y perfecto o el temperamental de acción pura, se comprendía mejor. Si dibujó así porque su constitución le impedía hacerlo al modo de aquellos maestros del cómic que le habían impulsado a crear sus aventuras.

Mi conclusión, analizada la obra de Manuel Gago, es que es un extraordinario dibujante de aventuras, un dibujante que se somete a la dinámica de la acción que, en ocasiones, es desvanecido por la formidable fuerza narrativa de sus guiones y, en otras, cuando conviene, es intérprete convincente, con sus dibujos, de la acción y el interés de la aventura.

Y lo es interpretando, a su manera, los escenarios de una embarcación, un jardín, un palacio, una fortaleza o un acantilado, sin sometimiento a la realidad que robe efecto a la fabulosa fantasía de la acción y de los lectores. Es así porque, leyendo su obra, ha habido instantes en que me he sentido arrobado de tal modo por el argumento, que apenas si me he apercibido de los gráficos; en cambio, cuando ha cedido la emoción, han sido los dibujos, con su asombroso incitivo, los que han prendido en mi de nuevo y han elevado mi interés por el argumento.

Indudablemente los dibujos de Manuel Gago son tremendamente expresionistas. Sí, Gago fue un maestro del expresionismo. Unico, efectivo en el arte de manifestar el riesgo, la fuerza, la emoción y la ternura.

J. Soriano Izquierdo para el número 18 de la colección HOMENAJE A MANUEL GAGO.



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