EL GUERRERO DEL ANTIFAZ

C A R I S M A

El Guerrero del Antifaz entre moros y cristianos

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En marzo de 1981 apareció el primer ejemplar de la colección "El guerrero del Antifaz" en tomos que contenían entre cinco y siete aventuras empezando lógicamente por el número uno. Se trata de la colección "Homenaje a Manuel Gago" y en varios de los ejemplares la Editorial Valenciana publicó en las contraportadas artículos acerca de este artista.

Carisma

Manuel Gago nunca fue un ensoberbecido por el éxito de su obra. Intimamente sentíase satisfecho y halagado porque ella fuese motivo de admiración, entretenimiento y deleite de tantísimos miles de personas; pero ello no despertó su vanidad ni lo incitó a la soberbia.

Era tan llano, tan natural, tan imposible de afectación alguna que si se le exaltaba públicamente se sentía conturbado.

Para él el mérito de su obra no iba más allá de él del muro perfecto construido por un albañil o el del pan bien amasado del panadero. Mérito era trabajo, superación y esfuerzo. Si en lugar de dedicarse a crear y dibujar aventuras para el "Comic" se hubiese dedicado a otra profesión, seguro que también habría destacado en ella, pues su modo de ser le habría obligado igualmente a su total entrega y superación. No podía inhibirse de dedicar a cada trabajo el esfuerzo que éste requiriese.

Nunca blasonó de famoso, pero sí fue utilizado por los amigos que se jactaban de contar con la amistad de el autor de EL GUERRERO DEL ANTIFAZ.

Muchas veces pensé si era su timidez la que frenase a su sentimiento de ser y manifestarse, pero lo rechacé rápidamente. Gago no era ni tímido ni apocado. Vivía siempre ensimismado, absorto en su mundo, el de sus aventuras y personajes y con una gran aversión a manifestarse físicamente. Llega a mi memoria el "lunch" de su boda en un café valenciano, ya desaparecido. Todo era sencillez, ni el menor asomo de ostentación en el ya famoso dibujante y mucho menos en la fiesta, muy íntima y familiar y con contados amigos. Recuerdo que me acerqué a Manuel Gago, ante la insistente petición de los asistentes para que bailase con la ya su esposa, con el fin de preguntarle por la pieza que deseaba que ejecutase la orquesta, y me respondió:

-Lo siento; pero no sé bailar.

Yo no sé si el relato de la presente anécdota reflejará al lector. -como me propongo- la bondad, la sencillez y el carisma de este hombre. y no porque yo entienda que el no saber bailar sea sinónimo de bueno y sencillo; nada de esto. Se puede ser un santo y bailar maravillosamente. Lo describo no por el hecho de que no supiese bailar, sino por el de que no lo hiciera, de que no quisiera destacarse incluso en una reunión en la que todos, excepto los que representábamos a la Editora, eran familiares.

Así era Manuel Gago, el hombre que de niño jugaba a dibujar y que de mayor se divertía inventando aventuras y personajes que satisfaciesen al más exigente de sus lectores, a él mismo.

Llano y bueno, confiado y agradecido hasta la abnegación. Tanto, que esto le ocasionó muchos disgustos y grandes pérdidas.

Cuando, por su falta de presunción, le insté a que se mostrase orgulloso y que presumiese de su éxito, me respondió:

-Es que no tengo tiempo para eso.

J. Soriano Izquierdo para el número 64 de la colección HOMENAJE A MANUEL GAGO.



EL GUERRERO DEL ANTIFAZ

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