Es el público quien acepta o rechaza las cosas, quien da fama y prestigio a las obras y las hace imperecederas al conservarlas, generación tras genera­ción, disfrutando de su preferencia.

En todos los aspectos de las artes: Arquitectura, Escultura, Pintura, Músi­ca, Poesía, Danza y el cine, las que gozaron del reconocimiento, la acepta­ción, el prestigio y la inmortalidad fueron aquellas que las gentes entendie­ron y disfrutaron porque les proporcionaban placer, deleite, admiración y grato recreo.

Si la obra no hubiese reunido condiciones excepcionales de perfección, in­terés y belleza para cautivar a las personas, no habría alcanzado el reconoci­miento y su consagración.

Es menester, pues, para explicarnos el éxito y la aceptación de una obra, saber que esto no habría sido posible sin un contenido acorde con su finali­dad: emocionar, embelesar, complacer y causar admiración.

Prueba lo que digo esa infinidad de obras, productos y personas, promo­cionadas por todos los medios de comunicación, que, pese al fabuloso coste de su lanzamiento y mantenimiento publicitario, no lograron arraigar en el gusto del público y terminaron desapareciendo o viviendo precariamente.

El éxito, el prestigio, se cimenta por sí solo cuando la obra lleva y encierra algo dentro de si. Ese algo tan perseguido y difícil de lograr por todos los que intentan hacer arte y que parece sólo consiguen los que nacieron para aque­llo a lo que pudieron dedicar su labor y su vida.

Con todo lo significado trato de explicar la razón del éxito obtenido por la obra de Manuel Gago. Gozó de la preferencia de los lectores que siguieron y coleccionaron, durante más de quince años, los seiscientos sesenta y ocho capítulos de que constaba EL GUERRERO DEL ANTIFAZ.

Al reeditarse esta colección en un nuevo formato, que obligó a prescindir de unas pocas viñetas -tarea no fácil en un ensamblaje argumenta¡ denso y conectado- por exigencia de una confección que transforma las páginas apaisadas en verticales, e impresas a todo color, para dar en ellas la conti­nuidad de la obra en nuevas aventuras, vuelve a gozar de la acogida y prefe­rencia de los lectores que ya no sólo adquieren los cuadernos, sino también las tapas para coleccionarlos en tomos de veinte capítulos, que muestran con orgullo en sus bibliotecas.

Y ahora, al publicarse de nuevo en su formato original, tal y como se publi­cara allá por los años cuarenta y tantos, cincuenta y los sesenta, aunque en cuadernos de cinco capítulos para facilitar su colección, sigue disfrutando de una sorprendente acogida y demanda que refrendan las virtudes excep­cionales de interés y captación de esta obra.

Algo tiene el agua cuando la bendicen.