EL GUERRERO DEL ANTIFAZ. LOS COMICS DEL FRANQUISMO

El Guerrero del Antifaz entre moros y cristianos

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Presentamos en esta página el libro de Rafael Pérez y Pérez "Los cien caballeros de Isabel la Católica" que, según declaró el propió Manuel Gago García, le sirvió de inspiración para la obra de "El guerrero del Antifaz" previa realización del cuaderno único "El Juramento Sagrado" en el que también aparecen los cien caballeros de Isabel la Católica y que es el tebeo que precede al de El Guerrero del Antifaz. Publicado por primera vez en 1934 por Editorial Juventud de Barcelona, el libro tiene 176 páginas con texto publicado a dos columnas, ésta que vemos más arriba es la tercera edición de 1939, existiendo variadas ediciones con portadas distintas, como la de 1945 publicada por Editorial Juventud Argentina, la de 1948 de Editorial Juventud España o la de 1977 de la misma editorial de Barcelona, todas ellas con diferentes portadas. Todas las ediciones, si bien pueden variar en al formato del libro y número de páginas para adecuarse al mencionado formato, el contenido es idéntico y está estructurado de la siguiente manera: El libro se compone de tres partes denominadas LIBRO PRIMERO, LIBRO SEGUNDO y LIBRO TERCERO. El número de capítulos es de cinco para la primera parte, ocho para la segunda y seis para la tercera.


                 


Libro Primero

Capítulo I. El peregrino.

Un peregrino llegado a España de Tierra Santa tras diez años de ausencia, con la penitencia de andar descalzo y no comer más que pan dado de limosna y dormir en el suelo, es ayudado por un caballero, el capitán Rodrigo Pardo y su escudero, a llegar hasta una posada donde es acogido y causando la sorpresa de la huésped que al ser preguntada, tanto el dueño de la posada como a continuación la esposa, le cuentan al peregrino la historia de Don Pedro de Hervás conde de Logrosán y señor del castillo de Grijuela, temido caballero en los tiempos anteriores a que los Reyes Católicos entraran a unificar España y que tras muchas batallas fuese dado por muerto hacía ya diez años. La posadera le explica al peregrino que al verlo, sus ojos le recordaron al conde de Logrosán ya que aún tenido en toda la comarca como hombre a quien se llevó el diablo, a ella le salvó la vida en una ocasión.

Capítulo II. El hombre que se llevó el diablo.

El peregrino después de pasar la noche en la posada parte para la hermita de la Virgen del Amor situada en la tierras de Navarvillas al igual que un convento de franciscano y los castillos de las gasas enemigas de Anglada y Grijuela, y después sigue su camino, al parecer muy conocido para él, introduciéndose en una cueva que hay disimulada al lado de la Fuente de la Serpe y que en realidad es un pasaje secreto que tras subir por dentro de una torre a través de 104 escalones llega hasta el interior del castillo de Grijuela en el mismo salón donde Don Pedro de Hervás desapareció sin ser visto jamás cuando el capitán de la reina Isabel intentaba llevarlo vivo y prisionera ante la misma. En la sala se hallaba un joven de 23 años que al verle aparecer quedó sorprendido, pero cuando el peregrino se le acercó y le habló reconoció inmediatamente a su padre y señor quedando los dos abrazados y con lágrimas en los ojos. Después, y para evitar ser descubiertos, Iñigo, que así se llama el hijo de don Pedro, conduce a su padre a sus aposentos cerrando todo tipo de apertura que pudiera permitir a nadie ser oídos, ya que su padre sigue siendo buscando por la justicia de la Reina.

Don Pedro pide perdón a su hijo Iñigo que no entiende el porqué de la petición ya que su madre siempre le habló bien de él y siempre lo ha amado como padre, pero don Pedro le explica que hace diez años se puso del lado de la Beltraneja y en contra de Isabel de Castilla y por rebelde le privó y dio problemas a su madre y a él y es por ello que pide perdón. El hijo comprende y perdona a su padre explicándole que él conseguirá también la gloria en la conquista a los moros del reino de Granada, pero el padre le dice que ha de conseguir para él, con sus hazañas en esa batalla, el perdón y la reivindicación de su nombre ante los Reyes Católicos.

Después, don Pedro le cuenta a su hijo como aquella noche en la que desapareció por el pasadizo secreto, cosa que hizo crear la leyenda de que se lo había llevado el diablo, escapó del castillo mientras los caballeros de la Reina seguían luchando en el intento de apresarme. Conseguí robar un caballo y atravesé Portugal embarcándome para Nápoles. Una tempestad me hizo creer que iba a morir y prometía a Dios que si me salvaba buscaría el perdón con mi sacrificio y peregrinaje a Tierra Santa. En Nápoles di con un convento donde lloré ante el altar de la Virgen arrepentido de lo hecho con vuestra madre y con vos y el prior, que era de ascendencia española, de Valladolid, y conocía gente cercana a la Reina, después de atenderme en confesión me dijo que me daría escritos solicitando mi perdón. Pero en ese momento no los acepté y quise antes hacer mi peregrinaje a Tierra Santa. Años después, cuando regresé, tuve la suerte de que el monje franciscano siguiera vivo y me dio los pergaminos con la petición de perdón que aquí traigo conmigo. Después atravesé los Alpes, crucé Francia y entré en España por los Pirineos de Lérida, pasé por el Pilar de Zaragoza y luego fui a Santiago de peregrinaje atravesando después Extremadura hasta llegar a tierras de Grijuela.

Don Iñigo le explica a su padre un plan para esconderlo en un convento cercano al castillo de Grijuela donde conoce al padre prior y le tiene gran confianza. Para ello le propone el plan de salir del castillo por el mismo pasadizo secreto y dirigirse al convento donde él ya habrá dejado recado al monje de que recoja a un peregrino. Allí quedaréis rogando por mi éxito en mis batallas al lado de la Reina por la conquista del reino de Granada. Nadie sospechará que bajo el sayal del penitente se oculta el poderoso conde de Logrosán y si os descubrieran nadie podrá entregaros a la Santa Hermandad porque ese convento tiene el derecho de asilo.

Preguntando don Pedro por su esposa e hija, don Iñigo le cuenta que su madre había perdido el juicio y temía que ambas madre y hermana no supieran guardar el secreto y pusieran en peligro su vida. En ese momento se oyeron unos cánticos y unos pasos y don Pedro sufrió en el alma al saber que eran de su esposa que andaba errante por el castillo esperando la llegada de su marido. Aquella noche, padre e hijo quedaron dormidos en el aposento del último, durmiendo el padre en el suelo tal como juró en su penitencia.

Capitulo III. Las zozobras de Doña Leonor y Doña Guiomar.

El capitán Rodrigo Pardo regresa al castillo de Anglada donde es recibido por el conde del mismo nombre y su esposa la condesa Leonor, mujer bella e inteligente, mientras su escudero se queda con la soldadesca explicando anécdotas de la guerra. El capitán Rodrigo explica al conde de Anglada, a su mujer la condesa Leonor y a su hijo Hernán de Zúñiga las escaramuzas y conquistas de castillos en la guerra al lado de las tropas de Isabel y Fernando por expulsar a los moros de las tierras españolas con la toma de Baza. Fray Mateo, de la orden de los Franciscanos escucha también atento las descripciones del capitán Rodrigo. Gracias a la aparición de la Reina y sus cien caballeros de Castilla y León que siempre la acompañan se pudo tomar la plaza. El príncipe moro Cid Yahiya tuvo que rendir no sólo la plaza de Baza sino también las de Almería y La Alpujarra y siendo hombre honrado y pasado a las huestes de la Reina, se ha bautizado y ha sido nombrado como Don Pedro de Granada y es ahora Grande de Castilla, como vuestro padre y mi señor. Estas palabras iban dirigidas a Hernán de Zúñiga que era quien con más pasión escuchaba el relato del capitán Rodrigo.

Actualmente la contienda está en tomar la plaza de Granada defendida por Boabdil y el Rey y la Reina están preparando la batalla arrasando los alrededores para que nos les pueda llegar provisión alguna.

Don Lope de Zúñiga, conde de Anglada, paralítico en su silla y el capitán Rodrigo, se retiran a un aposento donde puedan hablar a solas. Doña Leonor teme que su hijo se quiera incorporar en la guerra de los Reyes contra Boabdil y efectivamente, el mensaje del capitán Rodrigo en privado para el conde de Anglada es explicarle que todos aquellos que participen en la toma de Granada conseguirán altos beneficios y el conde Anglada pese a estar impedido por su enfermedad, bien puede mandar a su hijo Hernán que además ha sido solicitado por Gonzalo de Córdoba y otros leales de la Reina, para que se ejercite como doncel y pueda luchar finalmente a su lado como caballero. El conde de Anglada está feliz de la proposición pues ya había pensado en eso para su hijo ya que cree que los buenos hidalgos han de escoger entre las armas o la tonsura y su hijo no es de los que les gusten los conventos. El conde de Feria se ha ofrecido en la custodia y educación a las armas de vuestro hijo en compañía de su propio hijo Garcilaso.

A la mañana siguiente Hernán de Zúñiga se dirige con su escudero Garrutes a las tierras de Navarvillas donde se halla el castillo de Grijuela ya que conoce y ha hecho amistad con una bella dama, Doña Guiomar, hija del desaparecido conde de Logrosán. Su escudero está temeroso porque sabe que la enemistad que hay entre los Anglada y los Logrosán cuando años atrás un Anglada, don Beltrán secuestró a la fuerza a la viuda del conde de Logrosán, a quien se llevara el diablo diez años ha, y que cuando la iba a tomar ella pidió ayuda a la Virgen del Amor y entonces se convirtió en una serpiente que es lo que encontró Beltrán entre sus brazos y a partir de aquel momento al lugar se le conoció como la Fuente de la Serpe. Pero Hernán no hace caso a su escudero y le dice que todo eso son leyendas y que él es amigo de Guiomar y a verla va.

Mientras la bella y rubia Guiomar habla con Hernán, el escudero y la dueña de Guiomar hablan entre ellos sabiendo el peligro de que nazca el amor entro dos hijos de familias contrapuestas. Mientras, Guiomar le explica a Hernán la locura de su madre que hasta anoche creyó oír hablar a su hijo con el espíritu de su marido. Su hermano lo negó y habló de su deseo de acudir a la batalla de Granada a lo que Hernán se entusiasma y le dice a la bella Guiomar que él también querría ir a tomar Granada y regresar con un moro como esclavo para ella y saber que mientras esté en la guerra ella rezará por él.

Capítulo IV. Dí a mi señor...

Doña Leonor está preocupada por la tardanza de la llegada al castillo de su hijo Hernán de Zúñiga y más porque una de las dueñas ha dejado correr el rumor de que su hijo se ve cada día con Guiomar de Hervás, la hija del funesto conde de Hervás del castillo de Grijuela, familia noble pero manchada por la rebeldía del padre que díjose que el diablo se lo había llevado antes de caer prisionero de los caballeros de la Reina. Doña Leonor oye sonar el cuerno que anuncia la petición de bajar el puente para entrar en el castillo y avisada por una doncella de que es su hijo que regresa, hace llamar en privado a Garrutes, el escudero de su hijo. Una vez con él, le pregunta afectuosamente y como madre que le cuente la verdad de todas estas salidas de caza pues a sus oídos ha llegado la noticia de que en realidad se está viendo con Doña Guiomar de Hervás. El escudero no quiere hablar por no traicionar a su señor pero al final la madre, Doña Leonor, le sabe sonsacar hasta que le cuenta que son dos niños que tienen una sana amistad, pero que bien es cierto que dada la belleza de Guiomar de Hervás posiblemente la amistad se transforme en amor. La condesa da las gracias a Garrutes y le promete guardar el secreto de la confidencia.

Más tarde, Doña Leonor acude a donde se halla su marido el conde de Anglada y le cuenta sus inquietudes. El conde le confiesa que la única manera de solucionar el problema es alejarlo y por otra parte le cuenta que el capitán Rodrigo Pardo ha venido precisamente a comunicarle que la Reina reclama a Hernán de Zúñiga para que acuda a la corte y empezando como doncel, pasando por escudero y terminando nombrado caballero, pase a ser unos de los cien caballeros que siempre la acompañan y que son mayorazgos (los hijos mayores) de las mejores familias de Castilla y León. El mismo Iñigo de Hervás va a acudir a esta misión y no sería digno que nuestro hijo no fuera y quedase por estas tierras holgazaneando.

Doña Leonor está triste porque comprende que eso supondrá el alejamiento de su hijo de la casa paterna y el peligro de la guerra, pero cuando Hernán acude a saludar a sus padres y le comunican la petición de la Reina, acoge la noticia con gran júbilo y se va a sus habitaciones llamando a su escudero para darle la buena nueva.

Hernán llama a su escudero para pedirle que acuda al castillo de Grijuela a llevarle una nota de despedida para doña Guiomar, pero Garrutes se hace el ofendido por la petición y le dice a su amo que él es hidalgo y pajes tiene para tal menester. Hernán lo entiende y hace llamar a su paje Diego Cárdenas a quien le entrega una carta por él escrita pidiendo a Guiomar que le espere y que él la llevará en el corazón como su doncella. A Diego le promete regalar su caballo Lucero y otras cosas pues no es empresa fácil llegar al castillo de Grijuelas siendo un paje del castillo de Anglada.

Diego Cárdenas el paje preferido de Hernán de Zúñiga regresa y le trae la noticia de que gracias a Iñigo de Hervás pudo entrar en el castillo y que habló con doña Guiomar entregándole su recado y el anillo que para ella le diera y que llorando le había entregado la bella dama la cinta azul que llevase muchas veces en su cintura y dándole palabra de que lo esperará a su regreso de la guerra "siempre". Hernán se ha dado cuenta de que ama a Guiomar y agradecido por el difícil encargo entrega a su paje cuanto le ha prometido yendo después con su escudero al lugar donde su madre le espera.

Capítulo V. Las flores del amor y de la muerte

En el convento de los Franciscanos, un fraile al que llaman Fray Isidro y que es nuevo y no saben de su procedencia, pero la comunidad piensa de él que debe ser persona de importancia por el trato que le da el padre Prior, está mirando en lontananza como a la espera de algo. Otro fraile se halla barriendo el convento pero observando en todo momento a Fran Isidro. De pronto, la faz de éste se ilumina al ver en el horizonte asomarse las lanzas de un ejército que se acerca, pero cuando puede distinguir a quien lo dirige, descubre que es Don Hernán de Zúñiga y pierde el interés. De hecho, el ejército pasa delante de él sin pararse y el monje continúa a la espera. Al cabo de cierto tiempo otro ejército similar aparece del lado del castillo de Grijuela y esta vez se detiene. Lo dirige Don Iñigo de Hervás y para asombro del fraile barrendero, el caballero se apea de su corcel y acercándose a Fray Isidro lo abraza. Lo que no oye son las palabras que se cruzan entre padre e hijo, pidiéndole éste último la bendición pues marcha a la guerra. Fray Isidro, que en realidad es Don Pedro de Hervás, da la bendición a su hijo y después éste parte orgulloso. El fraile barrendero sigue con su pensamiento de que este Fray Isidro debe de ser algún personaje importante.

Cae la noche y una impresionante tormenta se cierne sobre los cielos por bajo los cuales están cruzando dos ejércitos, el comandado por Don Iñigo de Hervás conde Logrosán y el otro por Don Hernán de Zúñiga conde de Angladas. Ambos han llegado a las cercanías de un castillo donde solicitan ser acogidos pero el temor de la noche, la tormenta y el ruido del ejército hace que les nieguen la entrada y tienen que recurrir a una venta semidestrozada donde en unos maltrechos establos pero de gran tamaño se cobijan los dos ejércitos formados por cien hombres cada uno. Don Iñigo y Don Hernán enseguida se hacen amigos y deciden acudir a pedir habitación a un castillo cercano, el de la Condesa de Almazanes, tenida como una bondadosa dama ya entra en años. Al castillo se dirigen Don Iñigo, Don Hernán y el Capitán Rodrigo y son atendidos como los caballeros que son en una gran sala donde se encuentra el Alcaide del castillo, la Condesa de Almazanes que les da la bienvenida y todo la corte de dueñas, doncellas, camareras y pajecillos, más hay una persona, una bella damisela, Doña María de Guzmán, nieta de la Condesa de Alamazanes que está mirando tras una cortina a los tres caballeros recién llegados.

Cuando la noble anciana ve a su nieta la manda llamar y la presenta a los caballeros que quedan prendados ante su lozana hermosura. Luego, el Alcaide y el capitán Rodrigo se quedan enzarzados en una partida de ajedrez a la que todos están atentos menos Don Iñigo y Doña María que se aburren y se separan del grupo acercándose a la chimenea donde se sientan a hablar y Doña María le cuenta lo aburrida que es su vida en un castillo tan alto donde nunca ocurre nada y le cuenta la historia de épocas pasadas cuando se acercaba al castillo caballeros y trovadores y le explica la historia de su tía doña Jimena que cuando era joven fue pretendida por caballeros y ganó su amor aquel que consiguió regalarle unas hermosas flores que sólo crecen en las simas de un acantilado y donde más de alguien había muerto por conseguirlas para regalarlas a su amada.

Cae la noche y todos se han de retirar a dormir. Don Iñigo y Doña María se han quedado prendados uno del otro, pero saben que se ha de separar al alba pues los caballeros han de seguir su camino hasta reunirse con las huestes de los Reyes Católicos en Granada. Doña María ha pasado inquieta la noche tras haber escuchado una serenata al pie de su torre por la voz de alguien a quien ha reconocido como la de Don Iñigo. Por la mañana se despierta por el sonido de cadenas al abrirse el puente del castillo. Asomada a una ventana ve como los tres caballeros salen del castillo y se fija en Don Iñigo que le distingue su capa blanca con la cruz roja de Santiago. Don Iñigo se gira y al verla asomada en la ventana alza su espada en señal de saludo y Doña María levanta la mano con un pañuelo blanco como respuesta.

Al atardecer, un pastor pide entrada en el castillo solicitando ser atendido por Doña María de Guzmán. Esta es avisada por una de sus camareras y el pastor le entrega un ramo de flores contándole la historia de un caballero que arriesgó su vida por cogerlas del peligroso acantilado donde crecen. Doña María pregunta el nombre del caballero y el pastor le dice que le pagó muy bien por traerlas y que ha tardado cinco horas en llegar hasta el castillo pero que las da por buenas al conocer a tan hermosa dama. No me dijo quien era, simplemente me dijo que las entregase a Doña María de Guzmán en nombre de un caballeo que lleva una capa blanca con el la cruz de Santiago y que ella ya sabría de quien se trata. Doña María embargada por una alegría interior, quiere recompensar al pastor por el encargo, pero éste le dice que ya ha sido muy bien pagado por el caballero, pero Doña María agradecida y feliz coge un anillo y se lo entrega al pastor llamado Pero, diciéndole que si algún día necesita cualquier cosa que venga al castillo y le devuelva el anillo.


Libro Segundo

Capítulo I. Donde el caballero Don Iñigo de Hervás hace su primera proeza dando vista a los cármenes de la bella Granada.

Los dos ejércitos de Don Iñigo de Hervás y Don Hernán de Zúñiga llegan por fin a tierras granadinas encontrando todo devastado como parte de la estrategia de los Reyes Católicos en debilitar a Boabdil y a Zagal, los principales jefes moros que se mantienen todavía en Granada. Llegando a una vieja y destartalada hostería llevada por un moro convertido ya al cristianismo, deciden pasar la noche puesto que atravesar los desfiladeros de Sierra Nevada en la oscuridad es empresa harto temeraria por las numerosas partidas de moros rebeldes que se resisten. Después de cenar, todos quedan dormidos por el cansancio de las largas marchas hacia Granada pero en medio de la noche el hostelero oye ruido de tropas y presiente que sean del Zagal.

Una voz increpante ordena abrir la puerta y como el moro no obedece enseguida los visitantes se disponen a derribarla. El ruido hace despertar a toda la tropa y salen a ver qué ocurre el capitán Rodrigo Pardo, Don Iñigo y Don Hernán. La puerta es derribada y el que ordena la entrada grita amenazador, pero el capitán Rodrigo Pardo reconoce la voz de su amigo Don Hernán Pérez del Pulgar a quien da la bienvenida y juntos con Don Iñigo y Don Hernán de Zúñiga explica su misión de llevar a los dos caballeros que se unirán a los Reyes Católicos. Don Hernán Pérez del Pulgar se halla persiguiendo a las partidas de tropas moras rebeldes que se resisten y sigue su camino y el capitán Rodrigo Pardo con sus dos amigos y condes de Logrosán y de Anglada deciden aprovechar que ya la tropa está despierta para proseguir el camino dando una bolsa con oro al posadero que se había escondido muerto de miedo, para que repare la puerta derribada.

Por el camino, a la noche siguiente, mientras están durmiendo sobre sus monturas, el caballo del capitán Rodrigo Pardo relincha y éste se despierta y poniendo alerta sus sentidos le parece oír el ruido de una persecución. Despertando a los demás acuden a donde varios moros están atacando a un caballero cristiano. Don Hernán se presta enseguida a la lucha y empieza a dar golpes a diestro y siniestro con su lanza y con su espada dejando heridos a varios moros que no esperaban la llegada de tan aguerrido cristiano. Mientras sus compañeros le ayudan, desmonta de su caballo para atender al caballero ensangrentado que le señala a un moro que intenta escapar con un pergamino. Don Hernán lo alcanza y pelea contra él y otro moro que se le echa encima, consiguiendo vencerles aunque saliendo herido en brazo y hombro por los alfanjes sarracenos, pero lo suficientemente sano como para atender al caballero que era portador de un mensaje para los Reyes Católicos, a quien entrega el mensaje que es del conde Tendilla y dado por el que está muriendo marqués de Villacarrillo. Don Hernán, que ha estudiado medicina, se dispone a curar las heridas del desfallecido caballero que se cree morir, pero sus heridas no son demasiado graves y Don Hernán consigue hacer unas primeras curas de urgencia para poder dejarlo posteriormente en el primer pueblo o posada que encuentren en el camino, quedándose él con el pergamino y la misión de entregarlo a los Reyes Católicos.

Capítulo II. En la tienda de la Reina

El Capitán Rodrigo Pardo, Don Iñigo de Hervás y Don Hernán de Zúñiga, llegan por fin al campamento de los Reyes Católicos. El Rey Don Fernando ha salido con unos caballeros tratando de capturar a las bandas de rebeldes moros que siguen al Zagal y la Reina Isabel se halla en su tienda con el Cardenal de España, llamado también Cardenal Mendoza, y otras damas de compañía. De la tienda salen unos caballeros, entre ellos el conde de Alba y Don Iñigo aprovecha para preguntar si podría ser recibido por el Rey Don Fernando, temerosos de mencionar que es el conde de Logrosán, por la rebeldía que su padre manifestó en el pasado, y menciona venir de parte del Duque de Medina Sidonia, nombre que enseguida le granjea la simpatía del Conde de Alba y sus acompañantes. El de Alba le comenta que el Rey está fuera intentando dar caza a las partidas de moros rebeldes junto con el Duque de Feria, Tendilla y otros, pero que él mismo le presentará ante la Reina si le da su nombre. Cuando dice ser el Conde de Logrosán, todos se quedan parados pero por prudencia no dicen nada. En el interior de la tienda, decorada como corresponde a tan alto personaje, la Reina, ya entrada en años, los recibe con suma cortesía y al reconocer al Capitán Rodrigo Pardo comienzan a hablar del problema de la guerra entre moros y cristianos y de la preocupación que tiene pues hay rumores de un ataque masivo de los moros que se resisten a rendir Granada pero no saben bien los movimientos de estos. El Capitán Rodrigo presenta a Don Iñigo como alguien que la puede ayudar pues ha capturado a un moro. La reina ordena que lo hagan entrar a la tienda y éste, que dice llamarse Modhafí, se hace el mudo pues no contesta a las preguntas que el Capítán Rodrigo Pardo le hace, tanto en castellano, lengua que los moros de Granada entienden perfectamente, como en árabe.

Pero el Cardenal de España le comenta como de pasada a la Reina que tendrán que entregar al moro al Santo Oficio para que lo torturen. El oír las palabras Santo Oficio, la Inquisición, ejercen un efecto demoledor en el moro que enseguida cambia de actitud y empieza a hablar contestando a las preguntas de la Reina Isabel, aunque cuando le pregunta datos concretos se resiste alegando que es un simple soldado, pero como la Reina le ha dicho que si habla quedará a cargo de don Iñigo que suavizará su trato con él, cuando Iñigo ve que el moro no termina de contar todo lo que la Reina le pregunta, lo amenaza. Al final el moro confiesa el lugar y el nombre del jefe que comandará las tropas, el gran generalísimo de Boabdil, Muza Aben Gozán. Pero Iñigo está herido de su pelea con el moro y el haber ido tan rápido para entregar el mensaje y el prisionero a su reina ha provocado que se le abra la herida y está a punto de desmayarse. La reina y las damas ven que está sangrando y al preguntar, el Capitán Rodrigo Pardo le explica a la reina todo lo ocurrido y el deseo tan grande de Iñigo de servir a su reina y todo lo que ha hecho por conseguir el mensaje y salvar la vida del marqués de Villacarrillo. Al final el moro explica y da todos los datos acerca del lugar y día en que el Zagal tiene pensado atacar a los cristianos. Al salir de la tienda, un grupo formado por Gonzalo Fernández de Córdoba, que más adelante sería llamado el Gran Capitán, el Conde Sancho de Alfar, el de Medinacelli y otros que están con el Rey que ya ha regresado, están discutiendo de la mala suerte que han tenido al no encontrar bandas de moros rebeldes, pero Hernán les informa de que ya hay quien ha obtenido los datos y un prisionero, más cuando preguntan por el nombre de tan bravo personaje, enterados de que Don Iñigo es un Logrosán, quiere meterse con él, sobretodo don Sancho de Alfar pero el Conde de Alba sale en su defensa explicándole que se ha convertido en su amigo y que la Reina ya había perdonado a los descendientes de Don Pedro de Logrosán y en cualquier caso un hijo no tiene porque pagar lo que hiciera el padre, y más en una época en la que España no estaba todavía bien dirigida.

Capítulo III. Duelo en gloria

El culto Garcilaso de la Vega, hijo del conde de Feria, veía cómo salía la comitiva de la reina Isabel con sus cien caballeros mandados por Gonzalo Fernández de Córdoba, el que sería llamado el Gran Capitán. Algunas damas de Su Alteza entre las que figuraban la marquesa de Moya y doña Mencía de la Torre cabalgaban tranquilamente sin darle importancia a la comitiva como si para ellas fuera una partida de placer. Garcilaso preguntó a uno de los donceles que a donde iba Su Alteza y le respondió que Don Iñigo de Hervás, que era quien había transmitido la orden en nombre de la Reina, había dicho que se dirigían a la aldea de Zubia por ser lugar elevado desde donde se podía ver toda la vega granadina. Don Iñigo había sido ya nombrado caballero por la reina mientras que Hernán de Zúñiga tenía que seguir haciendo el aprendizaje. Cuando Iñigo y Fadrique de Toledo, heredero de la casa de Alba, pasaron a caballo al lado de Hernán se saludaron mutuamente con simpatía. Don Pedro de Figueredo le preguntó con sorna a Hernán si no era ese el conde de Logrosán y a la afirmación, Garcilaso de la Vega añadió que era gallardo y cumplido caballero, pero el de Figueredo opinaba que le parecía demasiado rápido su nombramiento para ser tan joven e hijo de un traidor. Hernán palideció de indignación y miró al de Figueredo con ojos chispeantes empezando una discusión, Hernán en defensa y el otro burlándose, pero Gonzalo Cifuentes añadió que quizás alguna bella dama había intervenido en el bondadoso corazón de la Su Alteza, cosa que hizo sonreír a Hernán pensando en la hermana de Iñigo que era ahijada de la reina. De hecho Cifuentes lo había oído al estar de guardia en la tienda de la Reina y recibir ésta un mensaje de su ahijada que le recomendaba cuidado de don Iñigo y como éste había luchado contra los moros salvando el mensaje de importancia para los Reyes, todo colaboraba en su nombramiento. Figueredo iba a responder con sorna pero la llegada de una comitiva de una 80 personas, entre soldados, damas, y como dirigiendo una bella dama vestida de negro y su rostro oculto bajo un antifaz, hizo cambiar el giro de la conversación y Figueredo enseguida dijo con sarcasmo que se debía tratar de una viuda que venía a pedir algo a la reina.

Garcilaso al darse cuenta de la mirada ensimismada de don Hernán le preguntó en qué pensaba y éste le respondió que le había parecido reconocer una mirada tras el antifaz de la dama, una mirada amiga. Ante la sonrisa de Garcilaso, Hernán le respondió que no era lo que pensaba que él estaba enamorado de una dama llamada Guiomar de Hervás, hermana de don Iñigo y ante la pregunta de Garcilaso, Hernán empezó a describir todas las virtudes de su amada jurando a continuación que la tomaría por esposa a su regreso.

La comitiva de la reina asciende hacia la aldea de Zumbia y pasa por sobre los campos yermos y destrozados donde cristianos de la gleba pesarosos y moros arrepentidos y sojuzgados intentan reconstruir el terreno y la Reina siente haber tenido que hacer ese destrozo pero gracias a eso España después de ocho siglos conseguirá la unidad nacional. Isabel de Castilla mira desde lo alto la belleza de Granada y siente la tristeza por las vidas de tantos cristianos que costará su conquista. Gonzalo de Córdoba se acerca a la pensativa reina y le dice: "El hambre nos la entregará y si el hambre no la entregase, vuestros leones castellanos, señora, subirían rampantes por esas murallas y os abrirían las puertas de la Alhambra por sólo el placer de veros sonreír al sentaros en el trono de Boabdil". La reina decidió apartarse un poco del grupo para estar sola en sus pensamientos y don Iñigo es el único que la siguió un poco alejado a sus espaldas pensando en su dama. El resto de caballeros y damas, donceles, escuderos y pajes quedaron en abiertas conversaciones. Sin embargo, el peligro acechaba pues una partida de moros se acercaba sigilosamente. El roce como el de una serpiente al avanzar hizo alertar a Don Iñigo que vio como un moro se avalanzaba contra la reina. Rápidamente dio un salto y se interpuso matando al árabe pero surgieron tres más. La reina desenvainó su espada para luchar e Iñigo lanzó gritos al resto de compañeros. Un segundo y un tercer moro fueron abatidos por Iñigo pero el cuarto, cuando estaba a punto de clavar su alfanje en la cabeza de la reina fue detenido por el bravo conde de Hervás que sin embargo no pudo evitar que el moro le clavara un cuchillo en el medio del pecho. La batalla entre el resto de moros y cristiano eran terrible mientras la reina cogía en brazos el cuerpo sangrante de Don Iñigo.

Capítulo IV. ¡Salvadle!

Por la noche, en el campamento cristiano y tras la victoria obtenida contra los moros, dos damas enmascaradas y un caballero pasean por el campamento y al ser detenidos por un guardia el caballero le dice que calle, que acaso no piensa que puede ser la reina visitando por caridad a sus heridos. Efectivamente, la Reina y otra dama, ambas enmascaradas, penetran en la tienda de Don Iñigo guardada por un siervo moro y después de identificarse pasan a la estancia donde Don Iñigo se halla inconsciente luchando por su vida.

Don Hernán de Zuñiga está llorando al pie de la cama de su amigo y don Fadrique ha estado atendiendo al físico que la reina mandó. Cuando ésta pregunta por el diagnóstico de su físico a don Fadrique, éste tarda en responder al advertir la presencia temblorosa de la dama enmascarada que acompaña a la reina, pero ante la mirada de ésta, responde que sólo un milagro y la naturaleza humana le podrá salvar. La reina ordena a don Fadrique que saque de la estancia a don Hernán por ser muy niño para presenciar esa escena, pero Hernán le suplica a la reina que no tiene familia, ni su madre ni su hermana y que él es su amigo, pero la reina se quita el antifaz y les dice a todos que se vayan pues es ella quien le va a cuidar un rato puesto que le ha salvado la vida. La reina ordena a Gonzalo de Córdoba que era el caballero que acompañaba a los damas enmascaradas, que busque de nuevo al físico para que lo examine otra vez, quedando solos en la tienda Don Iñigo si sentido, la reina y su dama acompañante. Doña María pregunta a la reina si no está muerto y Don Iñigo al oír esa voz parece volver en sí. La reina le dice a su dama que guarde silencio y entabla una conversación con Don Iñigo preguntándole por su dama y éste removido y revivido por el recuerdo de los días felices pasados con Doña María de Guzmán parece revivir. Su rostro cambia de color y la dama que acompaña a la reina se acerca pues en la conversación don Iñigo le ha explicado a la reina su esfuerzo en conseguir las flores de la vida y de la muerte y cómo se las mandó con un pastor pero no sabe si las recibió y entonces la dama le dice que sí las recibió. Iñigo no está del todo consciente y solo hace que mirar el rostro enmascarado de la dama que tiene delante y ni se ha percatado que es la reina la que está a su lado hablándole. Pero Doña María no puede resistir más y cuando Iñigo le dice que cómo puede saber que su amada recibió las flores, Doña María se acerca y se le cae el antifaz. En ese momento Iñigo la reconoce y se da cuenta de que está con la reina, pero su lucidez empieza a desaparecer por la emoción, la sangre vuelve a brotar de la herida en el pecho y se desvanece. En ese momento entran en la tienda el Rey Fernando el Católico y su comitiva y se oye el fragor de la batalla en el campamento. Una gran lucha se está desarrollando a raíz del encuentro de la mañana con la partida de moros. La reina tiene que acudir a sus responsabilidades y tanto ella como el Rey le dicen al físico que no se mueva del pie del enfermo y que use toda su ciencia a su favor y Doña María le dice "¡Salvadle!". Todos salen de la tienda y Doña María, siguiendo los consejos del físico, se queda en la suya rezando a Dios y a la Virgen por la salvación de Iñigo.

Capítulo V. Los quejidos del buho

Dos damas enmascaradas se han acercado a la casa del físico Samuel Daves, judío convertido con fama por toda Castilla no sólo en sus cualidades como médico sino también como adivino y nigromante. Las dos damas enmascaradas hablan con un mancebo que las hace pasar al interior del laboratorio de Samuel Daves. La más autoritaria de las dos le explica que no vienen a por medicina sino para saber por el destino de una persona. Al preguntar Samuel Daves por el nombre, la dama le contesta que Don Pedro de Hervás, conde de Lograsán a lo que el físico añade: "y que el pueblo dice que se lo llevó el diablo". La dama enmascarada le pregunta si cree en tal cosa y el físico le responde que él no cree en el diablo "Señora Condesa" indicándole que la ha reconocido a pesar del antifaz como la esposa de Don Pedro y en su interior piensa que aunque de ella se dice que está loca, aprecia que hay cordura en sus palabras. La condesa es invitada a pasar a un recinto más secreto donde Samuel Daves dispone de un laboratorio y de un altar donde hace experimentos nigromámticos. La condesa quiere saber si su marido está vivo pues hubiera jurado que oyó su voz en la estancia de su hijo don Iñigo hace unos días. El experimento de Samuel Daves es extraño. Consiste en trepanar la cabeza de un búho que tiene atado al altar del sacrificio para tal efecto y contar los gritos que da antes de morir y examinar su cerebro, donde según él, Dios deposita sus mensajes para quien sabe leerlos. El experimento se repite para mayor seguridad con una gallina y el resultado es el mismo, ambos, condesa y judío, han contado 23 gritos antes de morir y eso indica junto con otros datos extraídos de los cerebros de ambos animales, que el conde está vivo y que aún le quedan 23 años de vida. El judío le cuenta a la condesa la vida de don Pedro desde su partida hasta su regreso e ingreso en un convento. La dama entiende todo menos el final y aunque le pide que le diga donde está, el físico le dice que quizás más adelante. El sabe que está en el convento de Franciscanos de Navarvillas pues lo ha reconocido en la figura de un monje cuando visitó por última vez el convento, pero de momento no ha querido aprovecharse de su conocimiento con la condesa y sacar una buena partida de dinero. Samuel Daves es sincero y aunque se podría decir que lo que ha dicho de que el conde está vivo lo sabía porque lo había reconocido, en realidad, antes de la llegada de la Condesa él ya había hecho el experimento con un búho y una gallina y había dado los mismos resultados.

Guiomar se halla asomada en la ventana de su torre contemplando el crepúsculo y pensando en su amado Hernán de Zúñiga de quien no tiene noticias desde que partió para intervenir en la guerra por la conquista de Granada y que por otra parte, debido al enfrentamiento que hay entre los Logrosán y los Anglada eso impide que quizás alguna noticia de la guerra no le llegue. Mientras, doña Elvira, la dueña que acompañó a la Condesa de Logrosán en la visita del físico Samuel Daves, le cuenta a Guiomar para distraerla de la tristeza que ve en sus ojos, que ha salido con su madre y hacía diez años que no salía ella del castillo, desde que Don Pedro desapareció. Guiomar está asombrada al saber que su madre ha ido para pedir un horóscopo sobre su padre y le pregunta a doña Elvira si ella cree en esas cosas y ésta le cuenta la historia de la Maga del Retamar, mujer que si la cogiera la Santa Inquisición iría a la hoguera pero que sólo usa sus conocimientos para el bien y vive de las limosnas de aquellos a quienes ha procurado algún beneficio. Guiomar le pide a la dueña que le cuenta alguna historia de la Maga de Retamar y ésta así lo hace, quedando la rubia doncella pensando en si ella podría consultarla para saber sobre su amado Hernán de Zúñiga.

Capítulo VI. La Maga del Retamar

A la mañana siguiente, Guiomar, acompañada de su dueña doña Elvira y de un pajecillo, se dirigen a la cueva donde vive la bruja conocida coo la Maga del Retamar, por llamarse así, Retamar, la zona donde vive. La anciana la hace pasar y una vez dentro de la cueva y decirle que quiere saber algo acerca de una persona, la anciana le dice que pase a otro cuarto interior donde sólo hay un balde con agua, un gato negro y una lechuza. Cuando Guiomar va a preguntar, se encuenta con que la bruja ya sabe que ella se llama Guiomar y que viene a preguntar por Hernán de Zúñiga, así que le dice que encontrará las respuestas mirando al agua cristalina que hay en el balde. Así lo hace Guiomar mientras la anciana dice en voz alta una palabras de un ritual y la lechuza y el gato se quedan espectantes poniéndose la lechuza en el hombro de la anciana y el gato encima de su curvada espalada como para presenciar la experiencia. Guiomar se ha quedado medio dormida con los ojos abiertos y de pronto ve en el agua como si fuera un espejo una imagen nítida de Hernán, como si estuviera en un campamento de guerra. Después sigue viendo escenas en que una grana dama la recibe a ella, a su madre a un caballero cuya cara le suena pero desconoce y al mismo Hernán. Parece una escena del futuro, como si de una boda se tratara, pero de pronto el espejismo desaparece y la aunque Guiomar quiere seguir la anciana le dice que ya ha visto suficiente y que para que sepa que el futuro, tal como le he dicho ella, será favorable, le cuenta que don Hernán está bien y que don Iñigo está mortalmente herido pero que no morirá y que como su herida se ha producido por salvar la vida de la Reina eso hará que ésta, agradecida, le ayude sobremanera en asuntos que le interesan. Guiomar está asombrada de todas estas noticias y sale de la cueva dudando de todo lo que ha visto y oído. Lo que no sabe es que parte de los conocimientos de la bruja proceden de haber escuchado a un escudero llegado al pueblo desde los campamentos de guerra de la Reina y haber relatado todo lo sucedido con don Iñigo.

Doña Guiomar de Hervás se dirige al convento de Franciscanos pues quiere consultar una inquietud de conciencia con el Padre Guardián que es quien siempre la atiende, pero esa mañana no esté por haber ido a confesara a un muribundo. Dispuesta a marcharse y volver al día siguiente, un monje le menciona que porqué no consulta con Fray Isidro que es monje respetado no sólo por el Padre Guardián sino también por el Padre Prior y antes de que la niña responda, como quiera que pasaba por allí en ese momento Fray Isidro, es llamado y requrido por el monje y Fray Isidro al oir que se trata de Guiomar de Hervás se siente conmovido en su interior pues es su propia hija. A ella se dirige y con gran bondad y serenidad le pregunta qué le ocurre. Doña Guiomar no sabe porqué pero la voz de Fray Isidro la colma de serenidad y le explica su aventura de haber consultado con una bruja sobre su porvenir, sobre la persona amada, Hernán de Zúñiga. Le explica el problema que hay entre los Logrosán y los Anglada y que le había pedido un filtro de amor a la bruja pero no se lo había querido dar habiéndole mostrado como en sueños una escena en la que alguien como un padre, la acompañaba a ella a casarse con Don Hernán en presencia de los Reyes Católicos. Fray Isidro la está escuchando y comprende todo lo que dice pero a una mirada de Doña Guiomar y al ver pro primera vez el semblante de Fray Isidro se queda asombrada y le pregunta al monje quién es en realidad pues es la misma perosna que ha visto en sueños con el hechico de la bruja, la persona que la acompañaba al altar para casarse con Den Hernán. Fray Isidro consuela a la doncella acaricienado sus cabellos y explicándole que la bruja debe de ser persona sabia cuando le ha negado el filtro de amor y le ha dicho, como él mismo, que su sola belleza es suficiente para que Don Hernán esté enamorado de ella. El monje que los ha presentado ha visto la caricia que Fray Isidro le ha hecho a la dama y aunque no comprende el acto, se lo guarda para sí puesto que no es persona chismosa. Están llamando a oración y Fray Isidro le aconseja a Doña Guiomar que vuelva mañana y confiese con el Padre Guardián.

Capítulo VII. Gestas Heróicas

Don Iñigo se está reponiendo de su herida y todos los caballeros están a su alrededor festejano: Dond Hernán Pérez del Pulgar, Garcilaso de la Vega, el capitán gongalo de Córdona, Den fadrique conde de toledo, Don Pedro de Figueredo con sus eternas sornas hacia todo, Don Hernán de Zúñiga, el duque de Medina Sidonia y en la alegría de la recuperación, Pérez del Pulgar propione hacer algo grande para celebrarlo. Cuando le preguntan, contesta que conquistar Granada en una noche. Todos se echan a reir pero al escuchar la idea más detallada que consiste en entrar unos pocos escogidos, valeintes y aguerridos, ellos mismos, entrar por las aguas del Darro que circulan y se meten por el subsuelo de las murallas, apoderarse de los vigías y guardianes y a una señal que el duque de Medina Sidonia tuviese preparado su ejército y entrar en la ciudad. Todos están entusiasmados con la proeza y deciden llevarla a cabo, pero no se han dado cuenta de que Modhafí, el moro cappturado por don Iñigo y a quien la Reina perdonó la vida si le contaba los planes del Zagal y que cedió como cirado a Don Iñigo, está atentamente escuchando todos los planes.

Dicho y hecho y todos ellos se lanzan en cuanto llega la noche a las aguas del rio Darro y Garrutes, el fiel escudero de Don Iñigo les sigue y aunque en un momento determinado le parece oír como si alguien nadara tras ellos, se para, pero no oye nada y por no dejar sólo a su señor, sigue nadando. Modhafí ha entrado en Granada e intenta advertir a la guardia mora de lo que está pasando. Sin embargo, sus palabras no son creídas y decide volver por el mismo río a la tienda de Don Iñigo como si nada hubiera pasado.

Pero algunos moros han lanzado la alarma de son atacados por los cristianos y se va corriendo la voz pareciendo que cada vez sea mayor el número de atacantes. Pulgar, además, para más burla, ha dejado clavado con una daga una poema a la Virgen María, en las puertas de la Alhambra, para que la morisca sepa que los cistianos han estado allí. Cuando llegan al campamento, Garrutes busca a Modhafí y no lo encuentra por lo que piensa que él ha sido el traidor.

Don Iñigo se dirige a la estancia de la Reina pero antes queda a solas en la antecámara con una de sus damas a la que al tenerla de frente reconoce como Doña María de Guzmán. Entre ellos se establece una conversación que al principio parece sacar de quicio a Don Iñigo pues le han dicho que Doña María está enamorada de uno de los cien caballeros de Isabel la Católica y entonces piensa arrebatarle la vida pues él no podrá vivir sin su amor. Doña Marái rie al principio al ver la confusión que tiene Iñigo. Cuando éste le recuerda todo desde que se conocieron, cada vez se va enfureciendo más y condiderarse un imbécil. Quiere su nombre y jura que lo matará. Doña María le dice que se llama Iñigo, pero éste aún se siente peor pues cree que cuando se conocieron doña María estuvo agradable con él por llamarse de la misma forma que su amado. Después de jurar que lo matará, Don Iñigo ve que Doña María está llorando y entonces todo su enfado se cenvierte en congoja y le dice que es tatno lo que la ama que está diepuesto a ser amigo del tal caballero. Doña María se calma y le pide en prueba de amor que, en efecto sea amigo de la persona a la que ella ama. Iñigo acepta con el corazón roto y entonces Doña María le dice que el caballero se llama Don Iñigo de Hervás, conde de Logrosán. Ambos se están abrazando cuando entra Don Fadrique conde de Alba y amigo de Iñigo avisando de que la Reina le va a recibir y comprendiendo que el caballero del que se rumoreaba que era el elegido de la ahijada de la Reina era el propio Iñigo.

Delante de la Reina, ésta le dice que le puede pedir cuanto desee y que cuanto más alta sea la petición mas congratulados se hallarán los Reyes de concedersela. Don Iñigo le explica a la Reina que antes aún tiene que realizar mayores hazañas para conseguir que su padre sea perdonado puesto que todavía no le ha comunicado a la Reina que está vivo. Pero en ese momento se oye una algarabía por todo el campamenteo y muchos caballeros entran en la sala real pidiendo permiso a la Reina para combatir al moro Tarfe, que ha entrado en el campamento con el Poema a la Virgen que escribiera Garcilaso y que dejaron clavado con una daga en las puertas de la Alhambra en la incursión de la noche anterior y el tal moro Tarfe lo lleva atado a la cola de su caballo y lo arrastra por todo el campamento cristiano.

Don Hernán de Zúñiga se arrodilla ante la Reina y le pide permiso para ser él quien se bata con el gigantesco moro, pero la Reina le dice que aún es doncel y hay muchos caballeros para enfrentarse al moro. Don Hernán insiste pero la Reina le ordena que se retire a sus aposentos o lo denunciará al alcaide de donceles por desobediencia a la Reina. Don Hernán se retira y son varios los caballeros que esperan oir de labios de su Reina su nombre para enfrentarse al moro. Pero cuando la Reina lo va a pronunciar aparece otro caballero con armadura y penacho megro en el casco que arrodillándose ante ella le pide su permiso. La Reina le dice que muestre su rostro puesto que lo lleva cubierto bajo el casco de la armadura de su traje de combate. Pero él le responde que hizo promesa de no enseñarlo por un año. La Reina le concede el permiso y enseguida sale, se monta en su corcel y se dirije hacia el moro Tarfe con una gran gallardía. Don Iñigo se ha dado cuenta de quien es pues lleva enredado entre la armadura la cinta de su dama y Garcilaso asombrado observa que la armadura que lleva puesta es la suya propia.

El combate comienza y todos observan la serenidad del caballero del penacho negro y como a cada pase sus lanzas intentan dar muerte al contrincario pero no lo consiguen, pero se nota que la táctica del caballero cristiano es permanecer sereno mientas el moro cada vez está mas irritado con las heridas producidas en cada encuentro. Al final, el moro cae del caballo mal herido pues el caballero del penacho negro le ha alcanzado bien con la lanza y desmontando de su corcel con su espada termina de cortar la cabeza del moro y la exhibe puesto que nada merece alguien que ha entrado en el campamento cristiano burlándose de la Sagrada Virgen. Los Reyes Católicos esperan sentados en su trono para agradecer la victoria del misterioso caballero que para postrarse ante ellos y recibir el premio está obligado a descibrirse y cuando lo hace, todos quedan asombrados al ver el rostro del jovencísimo Hernán de Zúñiga.

Capítulo VIII. Mensajeros

El fiel escudero Garrutes ha llegado al castillo de los Anglada junto con el capitán Rodrigo Pardo. Garrutes es recibido por el Conde Lope y la Condesa Leonor, padres de Herán de Zúñiga y Garrutes les cuenta con orgullo como su señor Don Hernán, venció al moro Tarfe y el agradecimiento real concediéndole el deseo de ser nombrado caballero para farmar parte de los Cien Caballeros de Isabel la Católica. Doña Leonor que aceptó que su hijo fuera a la guerra entre otras cosas para ver si se olvidaba de Doña Guiomar de Hervás pregunta por ello y Garrutes le contesta que las cosas son muy diferentes puesto que Don Hernán llevó en su armadura la cinta de su amada en la armadura, la cinta de Doña Guiomar de Hervás al enfrentarse contra el moro Tarfe. Doña Leonor está disgustada pues no quiere tener trato con los de Logrosán, pero Garrutes les cuenta la doble hazaña de Don Iñigo, sobretodo la segunda, salvando la vida de la Reina y que ya es uno de los Cien Caballeros. Don Lope se encuentra satisfecho de todo lo que oye.

Más tarde, en la fuente de la Serpe, donde se hallaba Doña Guiomar acompañada de la dueña Doña Elvira, Garrutes se detiene para hablar con ellas y explicar las hazañas de su hermano y las de Don Hernán que le envía como regalo, el papiro del Ave María escrito por Garcilaso de la Vega, clavado a las puertas de la Alhambra de Granada y rescatado del moro Tarfe en feroz combate llevado a cabo por Don Hernán. Doña Guiomar piensa en la Maga del Ratamar que le profetizó que su hermano sería herido y Garrutes se lo confirma al relatarle cómo salvó la vida de la Reina y que al poco tiempo tendría noticias de Don Hernán y ahora las tiene y hablando con Garrutes le comenta su encuentro con la Maga y con el franciscano Fray Isidro por el que pregunta Garrutes y a quien conoce en breve pues Fray Isidro gusta de la soledad de la zona de la fuente de la Serpe y suele acudir a ella para rezar sus libros. Garrutes está intrigado por la figura majestuosa del aparentemente humilde Fray Isidro que habla con ellos y además recibe de Garrutes un mensaje escrito de parte de don Iñigo y de nuevo son relatadas sus hazañas, esta vez al fraile franciscano. Después del cruce de mensajes todos se despiden y el pajecillo Dieguito realiza una misión encomendada por Garrutes en el sentido de ir al convento y traer un mensaje que el llevará al campamento de Santa Fe donde se hallan los Reyes Católicos. Doña Guiomar ha quedado encantada con todo lo referdio por Garrutes y el saber que Don Iñigo ha conseguido ser capitán de los Cien Caballeros de Isabel la Católica, sustituyendo en esta función al mismísimo Gonzalo de Córdoba y por las descripciones de Garrutes sobre Don Iñigo y Doña María de Guzmán ha creído reconocer la escena que la Maga del Retamar le hizo ver sobre el balde de agua. Su hermano también ha sido nombrado caballero y está entre los cien leones que custodian a la Reina. Garrutes les dejó bien explicado cómo Don Hernán había cogido la armadura de Garcilaso de la Vega para simular ser un caballero curtido en batallas y eso hizo que la Reina le dejase combatir al moro Tarfe creyéndole un caballero con experiencia como así daba a entender la armadura de Garcilaso.

Libro Tercero

Capítulo I. ¡Granada, Granada!

Los reyes Católicos se hallan reunidos con todos los consejeros y el Cardenal de España para resolver el problema del sitio de Granada. No hay manera de tomar la ciudad y el ejército que la sitía se está poniendo nervioso y dentro de la ciudad también hay problemas entre civiles. Según el Secretario de la Reina Hernando de Zafra hay que hacer algo cuanto antes. El rey Boabdil es débil y está dominado por la sultana Aixa, su madre. Se han barajado varias posibilidades y hay algunos nobles que votan por la lucha sin cuartel contra la morisma, pero el Cardenal de España y otros proponen agotar antes las fuentes diplomáticas. El capitán Gonzalo de Córdoba conoce a un moro que estuvo a su cuidado, una persona mayor y que es de confianza y podría hacer de espía para saber exactamente cuales son las intrigas internas entre Muleh, diplomático sagaz que va dando largas a la rendición de Granada aunque en su fuero interno sabe que ese va a ser el final y Abencomixa, hombre de gran poder y amigo de la sultana. La decisión final es que se escriba una carta para contactar con el alfaquí Pequenni que es el nombre del anciano moro que les puede servir de espía. El problema es quien osará entrar en Granada para llevar la carta y la mayoría de la sala vota porque sea Don Iñigo de Hervás que al fin y a la postre ya sabe cómo entrar en la ciudad a través de las aguas del río Darro.

Del campamento cristiano sale un judío con un asno y unas cajas y el que está de guardia le abre con el desdén que se tenía en aquel entonces a los judíos. Al poco rato sale raudo Don Gonzalo de Córdoba y el guardia ve cómo habla con el judío le entega algo y se regresa.

Garrutes que ha llegado de Navarvillas va a la tienda de Don Iñigo para entregarle el mensaje de Fray Isidro y habla con el escudero que atiende Sancho Villar. Don Iñigo no está y por lo que sabe el escudero, su señor ha sido envíado a alguna misión. Garrutes nota que en la estancia hay un cofre con una sustancia que se usa para untar cara y manos y ennegrecer la piel. Siente que alguien está espiando su conversación y se despide de Sancho Villar diciéndole que le avise cuando regrese su señor. Después, sale siguiendo los pasos de quien está seguro que ha estado espiando. La noche es oscura pero al final lo distingue, se trata del traidor Mozhafí el moro prisionero de Don Iñigo. Lo sigue a través de un pozo y cruzando las aguas frias de un río, pero está dispuestó a no perderlo de vista pues está seguro que le llevará hasta Don Iñigo.

Capítulo II. El buhonero

El buhonero que había salido del campamento de Santa Fe se dirije con su jumento cargado de cajas hacia la ciudad de Granada dando un gran rodeo. El tiempo está en contra y cae el granizo en gran manera obligando al buhonero a acercarse a una casucha que hay en el camino para pedir hospedaje. Le abre la puerta un moro viejo y malcarado. El buhonero se presenta como un judío de Toledo que viene de parte de su amo que es joyero para llevar esas mercancías a señoras de Granada. El moro no tiene intención de darle hospedaje pero al final le ofrece dinero. Una niña de unos doce años llamada Zaida, que es la hija del moro, le dice a su padre que tiene que ser hospitalario como manda el Korán. Al final el buhonero es admitido y se le da una habitación mientras Zaida recoje al pollino en otro lugar. El buhonero habla con la niña que está asombrada al haber visto las mercancías de collares que lleva. Le pide que le deje probarse un collar y el buhonero se lo regala. La niña está tan contenta que se arroja a sus pies para agradecérselo y aprovechando que no está el padre delante en ese momento, el buhonero le pide un favor a la niña. Que lo acompañe a Granada y hable por él ya que es judío y si habla a los moros de Granada en hebreo no le entenderán y si habla en castellano pensarán que es un espía. Zaida le dice que sólo dejan entrar en la ciudad a los que venden comida y el buhonero le contesta que el lleva gran cantidad de huevos y ella los venderá mientras el vende los collares.

La niña, que está totalmente agradecida por el regalo del collar que nunca en la vida imaginó poseer, le explica que si va a Granada sin el permiso de su padre no podrá regresar porque su padre, que siempre la ha maltratado, la mataría. El buhonero le promete que si le ayuda se irá con él y trabajando, donde él vive podrá ser independiente. Zaida le contesta que si le promete que la protejerá se irá con él.

Poco más tarde alguien llama a la puerta del caserón y al abrir el viejo moro se encuentra con otro de su misma raza que le dice ser Mozhafí y que tiene albergado en su casa a alguien que si se enteran en Granda lo condenarán como traidor. El viejo moro le dice que él sólo ha hospedado a un buhonero judío pero Mozhafí le explica que en realidad es un alto caballero de la realeza y le promete entregarle todas las riquezas que lleva el falso buhonero si le ayuda, que a él solo le interesa un pergamino que lleva el caballero disfrazado de buhonero. Zaida ha estado escuchando toda la conversación en la penunbra y corre a la habitación donde el buhonero se ha quedado dormido profundamente por el cansancio del viaje. Lo despierta y le explica lo que pasa pero Mozhafí se le echa encima y comeinza una terrible pelea. En el interín, Garrutes, que ha estado siguiendo al moro Muzhafí, entra en la casa y llega a tiempo para ayudar a su señor cortando la cabeza al moro de un solo tajo con su afilada espada.

A la mañana siguiente un buhonero y una niña llegan a las puertas de Granada y Zaida siguiendo las indicaciones de Don Iñigo disfrazado de buhonero, explica a la guardia que vienen a ofrecer comida y mercancías. Un caballero del reino moro de Granada atiende a la niña que le explica que han venido para ganarse la vida. Que el buhonero que le acompaña fue recogido por su padre de una batalla mantenida con los cristianos y que le dejó sin habla. Zaida abre las ropas del buhonero y enseña las heridas que lleva en el pecho. El efecto de las heridas de Don Iñigo hacen que el señor les firme un salvaconducto que sólo tiene de duración el propio día. Al anochecer deberán abandonar Granada.

Por las calles de la ciudad, la niña vende los huevos, habiendo quedado con su benefactor a una hora determinada a la salida de la ciudad. Mientras, Don Iñigo ha localizado la casa del Alfaquí Paquenni y consigue llegar hasta él y cuando se queda a solas le explica quien és. El alfaquí le exige pruebas de lo que dice e Iñigo le da el pergamino escrito por Gonzalo de Córdoba. Al leerlo, el alfaquí le abraza agradecido pues Don Gonzalo le salvó la vida y esta dispuesto a ayuderle en todo. Don Iñigo se queda sin palabras al ser abrazado con tanta sinceridad y alegría.

Capítulo III. Dulces horas de perdón y de paz

Garrutes, Don Iñigo disfrazado de buhonero y la niña Zaida, regresan al campamento de Santa Fe y el centinela les da el alto pidiendo el salvaconducto. Garrutes se da a conocer y explica que han sido asaltados por unos moros y no llevan papel alguno. El centinela, que conoce a Garrutes como el escudero de Don Hernán de Zúñiga le dice que le deja pasar a él pero no al buhonero y a la niña mora. A pesar de los insultos de Garrutes y la historia que cuenta de que hasta la misma Reina espera las joyas que porta el buhonero, el centinela se niega a dejarles pasar, de manera que, armando un escándalo pide que venga Gonzalo de Córdoba quien se presenta y comprendiendo los gestos que le hace Garrutes, le dice al centinela que pasan todos bajo su responsabilidad ya que el es sabedor de los encargos que los Reyes le han hecho a un joyero de Toledo de parte de quien viene el buhonero. Después se dirigen a la tienda de la Reina y sigue toda la farsa debido a que todos saben que el Muleh tiene espías en el campamento de Santa Fe y la misión de Don Iñigo ha de quedar en secreto de quienes la conocen. La Reina, con la escusa de que avisen a damas y caballeros, hace salir a todo el mundo de su tienda y así puede hablar a solas con Don Iñigo diciéndole que se ha ganado con su misión que le pida lo que quiera, pero Don Iñigo le dice que hasta que Granada no esté conquistada, no pedirá nada, besando la mano a la Reina y saliendo de su tienda después de haber dejado, como buhonero, las muestras de joyas y collares que trae.

Aún hubo de salir Don Iñigo varias veces en misiones secretas a Granada para seguir la comunicación con el alfaquí Pequenni que servía fielmente a los Reyes Católicos, mientras que el Muleh y Abencomixa daba largas a las negociaciones. Doña María de Guzmán sufría cada vez que desaparecía del campamento Don Iñigo al punto que suplicó a la Reina para que Don Iñigo llevara a alguien de apoyo y ese alguien fue Pero Gómez, el cabrero que le trajera como mensaje las flores del amor y de la muerte a Doña María que fue nombrado escudero por la Reina y entrenado en los menesteres militares. Aunque al principio Don Iñigo se resistió en uno de los viajes fueron atacados por unos bandoleros árabes y Don Iñigo se dió cuenta que en la diplomacia gana el más cauto y no el más fiero, con lo que terminó aceptando a Pero Gómez como su escudero.

No solo padecía de la ausencia de Don Iñigo, su amada Doña María de Guzmán sino que también sufría Zaida quien había sido acogida por Don Iñigo y que en su ausencia siempre dejaba en las manos de Doña María que acogió a Zaida con gran cariño y largas horas de conversación pasaban esclava y señora en la ausencia del conde de Logrosán. La morita se fue haciendo mayor y limpia y vestida como cristiana en nada se parecía a aquella niña mora desarreglada que conoció Don Iñigo como buhonero en su primera misión. Por otra parte, aunque naciendo al principio como amistad, poco a poco, el escudero Pero Gómez y Zaida se fueron enamorándo sin darse cuenta.

Las negociaciones diplomáticas seguían lentas. Había nobles que deseaban entrar en Granada por la fuerza, pero el Rey Don Fernando, con su tozudez aragonesa, insistía en agotar primero las negociaciones diplomáticas. Al final el Muleh y Abencomixa, los dos diplomáticos más importantes de Boabdil, hubieron de capitular y en una reunión con Don Iñigo y el secretario del la Reina Don Hernando de Zafra, ayudados por ellos mismos en la entrada secreta a Granada, se firmaron los documentos para llegar a los acuerdos posteriores que desembocarían en la rendición de Granada. El problema siguiente era explicar al pueblo la situación real en que quedaban.

Empezó a correr el rumor entre el pueblo de que Granada iba a capitular y ser rendida a los Reyes Católicos. Aunque los acuerdos y pactos estaban firmados desde el 25 de noviembre de 1491 entre el Muleh y Abencoixa con Don Iñigo y el Secretario de la Reina, Hernando de Zafra, las revultas populares fueron grandes y Boabdil llegó a temer por su propia vida. Los Reyes Católicos hicieron pública su intención de respetar su religión y de no cobrar impuestos en los tres primeros años, así como otros muchos beneficios. Finalmente, el 2 de enero de 1492 entraba un pequeño ejército cristiano en Granada de manera pacífica y comandados por Gonzalo de Córdaba que abrazó a su amigo el alfaquí Pequenni quien lloraba al ver a su pueblo finalmente rendido a los cristianos y el 6 de enero hacían su entrada en la Alhambra Fernando de Aragón e Isabel de Castilla, los Reyes Católicos. Días después, en el aposento de la Reina en la Alhambra de Granda, Isabel de Castilla llama comparecer a Don Iñigo diciéndole que ya es hora de que ella pueda pagar su deuda con el Conde de Logrosán que no sólo le ha salvado la vida sino que ha participado muchas veces con el riesgo de la suya en misiones que han concluido con la conquista de Granada. La Reina le ofrece todo tipo de riquezas y titulos pero Don Iñigo alega que lo que ha hecho lo ha hecho como deber hacia su Reina y que el deber no se paga. Pero le pide dos mercedes. Primero que los Reyes le concedan la mano de Doña María de Guzmán y segundo una merced por la que antes tiene que explicarle una historia.

Don Iñigo y la Reina están solos y éste le explica toda la historia de su padre para concluir en la petición de su perdón y la Reina pide luz, papiro y pluma para escribir y cuando termina firmando como siempre "Yo, la Reina" se lo da a Don Iñigo. Es el indulto de su padre y la petición de que cuando el Rey y ella pasen por el castillo de Grijuela, sean recibidos por el mismo Don Pedro de Hervás pues la Reina está muy intrigada y quiere ver el pasadizo secreto por el que desapareció Don Pedro e hizo nacer la leyenda del caballero que se llevó el diablo. Por otra parte nombra a Don Iñigo Conde de Zubia, para que se acuerden ambos del lugar donde Don Iñigo salvó la vida a la Reina. Isabel de Castilla le dice que puesto que su padre es ahora el Conde de Logrosán y su ahijada está ilusionada en casarse con un conde, bien merecido es pues su nombramiento como Conde Zubia.

Capítulo III. El hombre que devolvió el diablo

Hallábase Fray Isidro en cruel penitencia azotándose las espaldas cuando el monje portero le llamó al ser requerido por un escudero de nombre Pero Gómez que había llegado a caballo, sudoroso y jadeante como su montura, en viaje desde Granada preguntando por él. Fray Isidro, con la mirada brillante vistióse con rapidez y acudió a la puerta donde se entrevistó con el escudero que le dijo que le traía un mensaje del Conde de Zubia. La mirada del franciscano se apagó al decir al escudero que él no conocía a ningún Conde de Zubia. El escudero le dijo que si acaso no conocía a Don Iñigo de Hervás a quien la Reina había concedido el título de Conde de Zubia. De nuevo el brillo volvió a los ojos de Fray Isidro que cogió el pergamino y salió hacia se cuarto leyendo en él su indulto firmado por la Reina. Poco después, el monje portero vió como Fray Isidro salía corriendo del convento en mitad de la anochecida tarde. Dio la alarma al Padre Prior del hecho y todos los frailes salieron en su busca pensadno que se había vuelto loco y horas después solo encontraban restos de su ropaje llegando a la convicción, al pasar los días y no reaparecer, que se había perdido por la sierra y probablemente habría muerto en boca de los lobos que por alló habían.

En el Castillo de Grijuela, Doña María y Doña Guiomar están tristes. La señora porque lleva diez años esperando a su marido, la hija porque no ha tenido noticias de Don Hernán de Zúñiga y tiene celos pues sabe que la Reina está rodeada de hermosas doncellas que bien pueden conquistar a su amado. Cae la noche y Doña Elvira como buena dueña acompaña a su señora y la desviste y ayuda a acostarse y temiendo por su cara que vaya a tener una nueva crisis se queda en vela en la habiación de al lado. A media noche, Doña María siente un fuerte presentimiento, de la llegada de alguien y como otras veces se dirije a la torre del Homenaje, a la habitación donde se había establecido su hijo don Ilñigo antes de partir hacia la guerra y donde despareció y fue visto por última vez su marido, Don Pedro de Hervás, cuando se lo llevó el diablo. Doña María se ha sentado en un sillón y cada vez siente con más fuerza la llegada de alguien o algo, no sabe el qué. Un ligero chasquido se oye y Doña María ve aparecer la sombra de alguien que da la impresión de ser un bandolero disfrazafo de fraile franciscano, más cuando se levanta y se encuentra frente a la figura, emocionada se echa a sus brazos porque espíritu o realidad es la figura de su marido Don Pedro. Ambos se abrazan y poco a poco Don Pedro le explica a su amada todo su itinerario en estos diez años de desaparición y Doña María temiendo por la vida de Don Pedro le dice que debe de ocultarse, pero éste le entrega el papiro donde está escrito el indulto de la Reina.

La dueña Doña Elvira se despierta sobresaltada pues se ha quedado dormida y al ver que su señora no se halla en su habitación corre despavorida hacia la torre del Homenjae pues sabe que, en la dulce locura de su señora, ése es el lugar favorito de su peregrinaje por el castillo. Al llegar a la sala, la puerta esta entreabierta y sale la luz de unas velas del interior. Doña Elvira se tranquiliza cuando oye las risas y voces de su señora hablando, como otras veces, con quien fuera su marido, pero el mayor espanto la sobrecoje cuando oye las risas y la voz del mismísimo Don Pedro respondiendo. Presa por el pánico sale corriendo y recorre todo el castillo de Grijuela despertando al gobernador, al alcalde, a los caballeros, damas, escuderos, sirvientas y pajecillos, gritando que un espírirtu o alguien que se hace pasar por Don Pedro está con su señora doña María. Todo el personal acude en procesión hacia la sala de la torre del Homenaje conducidos ya no solo por Doña Elvira sino también por Doña Guiomar que está llena de ira pensando que alguien se quiere aprovechar de la locura de su madre haciendose pasar por Don Pedro, pero, cuando abre la puerta y se halla ante el, al instante lo reconoce y abrazándole le dice: "¡Padre mío!" pero asombrada también le dice: "¡Fray Isidro!" a lo que el conde responde en voz un poco alta para que todos lo oigan: "Fray Isidro se perdió por la sierra y ha sido dado por muerto en el convento de Navarvillas". Su hija se percata de lo que courre y le sigue la corriente. A continuación Don Pedro les entrega a la muchedumbre el documento con su indulto firmado por la Reina que va pasando de mano en mano ante al alegría de todo el personal pues han recuperado a su señor y ha sanado la locura de su señora y cuando pasan los días y todos ven a Don Pedro tan cambiado, doña Elvira se dice para sí misma: "Verdad podrá ser que se llevara el diablo a Don Pedro y que le tuviese diez años en el infierno, pero a mi me parece que no es precisamente entre los demonios sino entre los ángeles donde nuestro señor debe haber pasado ese tiempo: tal ha vuelto de santificado, mudado y dado al bien y la virtud".

Capítulo IV. El rosario de la Reina

El capitán Rodrigo Pardo y el escudero Garrutes llegan a la posada del Gato donde les espera el huesped Lucas de Rebollar que ya los había divisado en la lejanía. El huésped es muy curioso y hace preguntas pero Garrutes le dice al capitán Rodrigo, en voz baja para que el de Rebollar no le oiga, que tiene que seguir camino pues le lleva un mensaje de amor a Doña Guiomar y que luego regresa. El capitán Rodrigo es informado por el huésped de las nuevas que han ocurrido en su ausencia, como el regreso de Don Pedro y el capitán Rodrigo le informa que le Reina está en camino pues ha de visitar al Conde de Anglada y al de Logrosán. Lucas de Rebollar le pregunta que cómo la Reina va a visitar al de Logrosán y Rodrigo Pardo le informa que su hijo Don Iñigo le salvó la vida y contribuyó, junto con el Secretario de la Reina, en la conquista de Granada y que se va a casar con Doña María de Guzmás, condesa de los Almazanes y ahijada de los Reyes Católicos. Y la misma Reina, escoltada por sus cien caballeros comandados por Don Iñigo, pasará por vuestra posada en dos días, así que cuando oigáis tropel de caballos ya sabéis quien viene y podréis ver a las bellas damas que acompañan a la Reina.

La Reina y su sequito pasaron por la venta del Gato y se dirigieron a la hermita de la Virgen del Amor. En diferentes momentos, la Reina habló con Don Iñigo anunciándole su visita al castillo de Grijuela y a Don Hernán le dio su rosario como escusa para que se alejara ya que veía acercarse el séquito de su señor padre el conde de Anglada. Le Reina le da su rosario y le dice con mirada de cómplice que por la tarde regresará con él pues ella alegará que lo ha perdido y él que lo ha encontrado.

En el castillo de los Anglada la reina decide rezar el rosario pero resulta que lo ha perdido y da por supuesto que se le debe de haber caido cuando han estado en la hermita de la Virgen del Amor, al lado de la fuente de la Serpe. Por ello le pide a Don Hernán de Z&uoacute;ñiga, conocedro de esas tierras, que vaya a buscarlo. Mientras, la Reina habla con don Lope, el padre de Hernán y le comenta la necesidad de la unión y la paz entre los condados para que hay una España unida y explicándole el indulto otorgado a Don Pedro le pide que junto a ella sean los huéspedes durante unos díass en el castillo de Grijuela. Doña leonor, la madre de Don Hernán, es la &uoacute;nica que conserva el recelo hacia los Logrosán, pero la Reina y Don Lope no le hacen caso e incluso la Reina se atreve a pedir como señal de compromiso de la paz que va a existir entre los Anglada y los Lograsán que se selle mediante la boda de Don Hernán y Doña Guiomar. Doña Leonor alega que su hijo solo tiene 17 años, pero en ese mmento su hijo y Doña Guiomar se han encontrado en la fuente de la Serpe, todo preparado por la Reina, y se han jurado eterno amor y esperar a que él cumpla los dieciocho años. La Reina le dice a Doña Leono que el príncipe Fernando solo tenía dieciocho años cuando se enamoró de la princesa Isabel y contin&uoacute;a el diálogo con Don Lope. Doña Leonor no está de acuerdo con esa unión pero en ese mmento entra en la sala Don Hernán, entregando a la Reina el rosario que había perdido y que él encontró en la hermita de la Virgen del Amor. Don Lope piensa que unirse con la casa de Logrosán será un gran beneficio pues de todos es conocida su inmensa riqueza.

Capítulo V. La cabalgata del amor

La Reina Isabel y su comitiva, acompañados de los condes de Anglada, se dirigen al castillo de Grijuela. Doña Leonor, es la única que va a regañadientes pues todavía no acepta la boda de su hijo Hernán con Doña Guiomar de Hervás. El castillo de Grijuela está todo engalanado con banderitas y cintas en señal de bienvenida y Don Pedro de Hervás se adelanta a la comitiva saliendo de su castillo y cuando está ante la Reina, ésta le ofrece su mano, pero Don Pedro se arrodilla y le besa la parte baja de su manto en señal emotiva de cortesía y pleitesía. Se abraza con Don Lope y le da la mano a Doña Leonor que sigue renuente a todo lo que está ocurriendo. La madre de Don Iñigo abraza efusivamente a la Reina agradeciéndole el haberla preservado de todo mal como viuda de Don Pedro cuando fue desterrado. Todos están contentos y alegres menos doña Leonor, pero toda resistencia desaparece cuando ve a Doña Guiomar que se le acerca y la abraza. La belleza y simpatía de Guiomar hace que Doña Leonor cambie radicalmente sus sentimientos y la paz entre los Logrosán y los Anglada queda definitivamente restaurada.

Una vez introducidos todos en el gran comedor del castillo, la Reina Isabel está de pie y todos esperan a que se siente, pero la Reina no lo hace y cuando todos están callados, la Reina anuncia que este banquete va a ser un banquete de celebración de nupcias anunciando la boda de Don Hernán de Zúñiga con Doña Guiomar de Hervás y la de Don Iñigo, conde de la Zubia con Doña María de Guzmán, condesa de Alamazanes. Ahora Doña Leonor está radiante de felicidad y todos están admirando la gran belleza de las dos damas y Doña Guiomar recuerda la visión que tuvo con la Maga del Retamar. A continuación la Reina le pide a Don Pedro que enseñe por donde se lo llevó el diablo y el Conde Logrosán enseña y conduce a todo el mundo por el pasadizo secreto por donde pudo huir y que no fue el diablo quien se lo llevo y en todo caso fue un angel, el angel del amor de su esposa que lo cambió y lo trajo de vuelta. A la salida del pasadizo la reina le dice a Don Pedro con una ironía que sólo entienden ellos dos, que se parece mucho a aquel Fray Isidro del convento de Navarvillas y le pregunta si murió por allí y Don Pedro le contesta que está bien muerto. La Reina y Don Pedro estallan en carcajadas y los acompañantes, aunque no entienden nada, también se echan a reir.

En la venta del Gato, el huésped, Lucas de Rebollar, está hablando con Samuel Daves sobre las cosas que ocurren en la Corte y del anunciado viaje del genovés Colón que muchos lo tildan de sabio loco por lanzarse a la mar y querer descubrir nuevas tierras para la Reina de Castilla quien dispuesta a ampliar el reino le va a pagar las embarcaciones y gastos.

Lucas es avisado de que va a pasar por su venta la cabalgata que conduce a los Condes y Condesas hacia sus nuevos destinos pues tanto Don Hernán como Don Iñigo son caballeros y están destinados para estar en la Corte, Don Iñigo al mando de los Cien Caballeros de Isabel la Católica. Los saludos entre los condes y los huéspedes hacen pensar a quien ven tan efusivos saludos entre gentes de distinta clase qué brava raza produce la tierra extremeña.

"En esto encuentran a la comitiva una comisión de reverendos Padres del convento de Navarvillas, caballeros en sendas mulas romas, hay saludos y cortesías y reverencias... Al fin, pónense de nuevo en marcha la larga hilera de jinetes, como un jirón polícromo cabe el fondo uniforme de las frondas... Hay revuelo de mariposas y piar de pájaros y rebullir de emociones dulces por doquiera... En pie, a la puerta de la Venta del Gato, queda el grupo silencioso e inmóvil, como fascinado, viendo con mirada llena de ensueño cómo se aleja la maravillosa cabalgata: ¡la cabalgata del amor y la ilusión!".

F I N

NOTA: He realizado el resumen de esta novela de Rafael Pérez y Pérez porque, como he mencioando al principio de la página, fue la novela que inspiró a Don Manuel Gago García en la realización de su obra El Guerrero del Antifaz, previa aparición en el ejemplar único "El Juramento Sagrado" que si lees su argumento en mi página, verás que está relacionado muy directamente con la novela "Los Cien caballeros de Isabel la Católica". Esta novela, sirvió de inspiración a M. Gago, pero no quiere decir que se trate de una novela de luchas contínuas entre moros y cristianos, o de amores traicionados o no correspondidos, aunque sí aparecen estas luchas como telón de fondo. Se trata en realidad de una novela romántica que se desarrolla en el período y lugar en que los Reyes Católicos conquistaron el Reino de Granada y es la misma época en que se desarrollan las aventuras del Guerrero del Antifaz. Por supuesto que este resumen que he realizado para satisfacer la curiosidad de aquellos que estén interesados en conocer de qué va la novela que inspiró la realización del Guerrero del Antifaz, no contiene todas la descripciones detalladas de personajes, sus ropas, el entorno, los paisajes y toda la literatura romántica típica de este autor. Ello hubiera implicado transcribir el libro al completo. En este novela aparecen cuatro personajes cuyos nombres serán usados posteriormente a lo largo de las aventuras del Guerrero del Antifaz, aunque para denominar a diferentes personas. Se trata de Mozhafí, Aixa, Zaida y Muleh. El último párrafo entrecomillado es una trascripción real del final de la novela.


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Esta página se ha podido realizar gracias a mi amigo Javier Selva de Barcelona, que me ha dejado el ejemplar. Coleccionista de comics con parada propia en el conocido Mercado de San Antonio de Barcelona, donde se le puede encontrar cada domingo por la mañana en la parada número 219 (lado calle Urgell). También puedes visitar su página web de venta de tebeo antiguo y moderno haciendo click en la imagen del Guerrero:


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EL GUERRERO DEL ANTIFAZ

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